Una profesión realmente básica en
el mundo de la Literatura, al menos hasta estos momentos (el tiempo dirá si la
autopublicación es el futuro), es la de editor. Recibir cientos o miles de
manuscritos de autores conocidos y, sobre todo, desconocidos, con una enorme
amalgama de géneros y de calidad en dichos escritos, y de entre todos ellos
decidir un pequeño número de publicables, se me antoja complicado…
El tipo de libro que triunfa en
ese momento, el olfato del propio editor, o incluso sus propios gustos personales,
pueden hacer que se decante por publicar un determinado libro, rechazando con
ello a los demás escritores y sus manuscritos.
Es lógico pensar que entre el
grupo de manuscritos rechazados haya libros en potencia que, en manos de una
editorial diferente, pueden llegar a conseguir enormes éxitos. De ello es
consciente el escritor novel, y tras habérsele cerrado una puerta, su objetivo
principal suele ser llamar a cuantas puertas sea necesario hasta encontrar una
abierta.
A lo largo de los años probablemente
se hayan perdido obras maestras en los archivos de muchas editoriales, ya sea
por la frustración del propio escritor o por las lógicas urgencias económicas,
y quizás grandes escritores se hayan quedado en el camino…
También existen editores que
lamentaron y lamentarán toda su vida el haber rechazado determinados escritos
que podían haber hecho prosperar a su empresa. En este caso, sin duda alguna,
se encuentran las editoriales que decidieron no dar una oportunidad a John
Grisham, cuando, con su “Tiempo de matar” en mano, fue rechazado por 17
editoriales antes de que Wynwood Press se hiciese con los derechos de
publicación. Incluso en una de sus cartas de rechazo, le llegaron a contestar
que no tenía futuro como escritor. Más de 250 millones de libros vendidos (no
hablamos de calidad literaria) nos hacen pensar que tanto el comentario como el
que lo emitió estaban en un error…
Parecidos sentimientos debieron
sufrir los 12 editores que rechazaron sacar a la luz el manuscrito de una
tal Joanne hasta que Alice Newton, (una niña de 8 años hija del presidente de
Bloomsbury, una pequeña editorial londinense) leyó el primer capítulo y se
sintió atraída por la historia del libro que inició la saga que llegaría a
convertirse en el mayor éxito de ventas de los últimos años, ni más ni menos
que “Harry Potter”, de J. K. Rowling. Probablemente a más de uno de esa docena
de editores se le pasase por la cabeza dedicarse a otros menesteres…
Como decíamos antes, las
necesidades económicas de muchos escritores en ciernes son una de las causas de
que abandonen su vocación y nos priven de sus mejores obras. El escritor Mario
Puzo, tras haber publicado dos novelas (“La arena sucia”, 1955 y “El peregrino
afortunado”, 1965) que fueron ignoradas tanto por la crítica como por el lector
en general, se encontraba en dicha situación. La necesidad de sustentar a su
numerosa familia lo llevó a desempeñar diferentes labores (algunas más lícitas
que otras), hasta que consiguió un puesto de oficinista en una editorial. Allí encontró
la manera de centrar su talento en escribir sobre la mafia neoyorkina y
consiguió publicar su obra más célebre, “El padrino”, y con ello iniciar una
carrera de éxito tanto de escritor de novelas como de guiones cinematográficos.
Del habitual rechazo no se suele
librar ningún tipo de escritor, ya sea de éxito enorme o de ventas discretas…
Tampoco se libraron de ello grandes genios de la Literatura, como es el caso de
Marcel Proust, al que la publicación de “En busca del tiempo perdido” supuso la
pérdida de una parte de sus propios ahorros, al no conseguir el apoyo necesario
en el mundo editorial. Otra pérdida irreparable hubiera sido la no publicación
de “Dublineses”, de James Joyce, lo que sería una realidad si el gran escritor
irlandés hubiese cejado en su empeño tras sufrir el rechazo de alguna de las 22
editoriales que le negaron cualquier posibilidad de éxito.
Depende del carácter del escritor
el encauzar el rechazo de una manera positiva o, por el contrario, hundir su
talento entre lamentos. John Kennedy Toole no consiguió publicar una sola
novela en su vida, y ese rechazo lo llevo a sumirse en una depresión que
terminó con su suicidio. Tan solo la terquedad de su propia madre hizo que el
manuscrito de “La conjura de los necios” llegase a ser publicado y celebrado 14 años después de su fallecimiento. Quizás si el escritor hubiese heredado esa
terquedad, hubiésemos disfrutado de otras novelas que nos hubiesen hecho
disfrutar tanto o más que la mencionada.
La insistencia o empecinamiento
del que hablamos era un rasgo nada escaso en la personalidad de William
Faulkner. Así, tras haber sido rechazado el borrador de la que sería su tercera
publicación, “Banderas en el polvo”, (con la recomendación de no mostrar dicho
borrador a ningún editor por ser confusa y desordenada), se decidió a empezar
una novela mucho más confusa y desordenada, sin miramientos hacia editores ni
lectores: la celebrada “El ruido y la furia”.
Escritores que han vendido
millones de libros, como Stephen King o Meg Cabot, y libros que sobreviven al
tiempo, como “Lo que el viento se llevó” o “Cien años de soledad”, tienen en
común el haber sido rechazados en mayor o menor número de veces, lo que nos señala la dificultad que conlleva la tarea del editor de discriminar unas lecturas ante otras, y ponen
en evidencia la ausencia de una fórmula para determinar si un escrito llegará a convertise en un éxito o es preferible dejarlo olvidado en un archivador…