Además de esa reveladora forma de denominar esa labor, en Islandia parece ser habitual que la función sea heredada por las generaciones sucesivas de la familia. Así, la tía abuela de Dýja, Fífa, también era matrona o madre de la luz, y ésta a su vez heredó la labor de su madre, bisabuela de Dýja. Ahora, tras la muerte de su tía abuela, Dýja ha ayudado a nacer a su bebé número 1922.
Regresa a su piso (anticuado y obsoleto ya, que compartió durante los últimos años con su tía abuela) y ha de enfrentarse a una tarea grata y engorrosa al mismo tiempo: intentar dar sentido a cientos de manuscritos que Fífa dejó en cajas en su casa y en los que anotó sus conocimientos como matrona, además de sus reflexiones sobre la vida, sobre la naturaleza y sobre el ser humano.
Como curiosidad he de decir que, hasta que terminé el libro y (lo suelo hacer después y no antes, por eso de comenzar la lectura a ciegas) busqué información sobre el mismo, estaba convencido de que la trama estaba basado en hechos reales. Vamos, que no era ficción. Algo bueno habrá hecho esta autora, a la que sin duda voy a seguir leyendo, pero de la que no recordaré su nombre (será la autora de "La verdad sobre la luz" siempre). Me ha encantado.