¿Y cuál es la oportunidad? El
hijo de un afamado pintor, que heredó también su oficio, se quedó viudo y
necesita ayuda en su casa, principalmente como apoyo en los estudios de Momoko,
su hija de ocho años. La atracción de esa función es que el pintor y profesor
de pintura promete convertirla en su alumna más cercana. Masayo, después de
recibir la propuesta de trabajo y de formación de parte de una amiga, decide
lanzarse a la aventura y trasladarse a Tokio y vivir ayudando a Momoko y Goro,
su padre. Con ellos vivirá Lala, una curiosa gata blanca a la que está muy
unida la niña. Décadas después Masayo recuerda el tiempo en el que vivió en esa
casa y la relación que se estableció entre los seres que la habitaban.
“Momoko y la gata” es uno de esos
libros que hay que leer sin saber mucho, y por eso he procurado dar los mínimos
datos de la trama (engordando la reseña con datos geográficos, imagina…), tan
pocos que casi los puedes encontrar en el título. Yo así lo hice: me decidí a
leerlo sin conocer más que el título y el hecho de que fuese una recomendación
de mi biblioteca. Y no me arrepiento de haber seguido el instinto que decía que
sí, que era una lectura aprovechable. Porque lo es.
Aprovechable y original. Tiene
ese aire descriptivo que predomina en la literatura salida de las 6852 islas
niponas (al final el dato se te queda grabado) y que tanta belleza suele
encontrar en el entorno que describe. Además tiene unos personajes que vas a
recordar y una forma de narrar suave, ligera, que nos va llevando a lo largo de
la trama como si fuese un paseo en el que parece que conocemos el principio y
el final, y aun así lo queremos disfrutar.
Tras esas etapas iniciales parece ser que se acercó a un estilo más propio, y creo
que “Momoko y la gata” es suficientemente representativa de lo que es su sello
más personal: un híbrido de géneros que
mezcla con buen gusto y con un ritmo agradable y que invita a leer un poco más con
una sonrisa en la boca, y guardando alguna que otra sorpresa que no deja
indiferente. Una vez terminado el libro (el corto libro) me sumo a la recomendación
de mi biblioteca. Y, como suele suceder con la literatura que viene de Japón y
de las islas que forman esa nación (¿cuántas islas? No vale mirar… Sí: 6852), además de
pasar unas horas agradables en compañía de Momoko y de Lala, también se amplían
un poco más las miras. Un acierto.