sábado, 10 de noviembre de 2018

"El cielo es azul, la tierra blanca", de Hiromi Kawakami


El hecho de decir algo tan superfluo como “me gusta la literatura japonesa” es un error que he cometido en numerosas ocasiones. Resulta tan desafortunado como lo sería decir “me gusta la literatura española” y con ello meter en el mismo saco, otorgándoles características similares, a autores (por poner ejemplos) tan variopintos como Eduardo Mendoza, Almudena Grandes o Miguel Delibes.

En la literatura japonesa, del mismo modo que en la española o en la de cualquier país del mundo, hay autores transgresores, autores tradicionales, y autores de todo tipo que no tienen nada que ver entre ellos ni se puede comparar sus formas de escribir. Sin embargo comparten una cultura muy diferente a la nuestra, en la que se pueden dar unas torpes pinceladas sobre lo que me resulta en cierto modo hipnotizador a la hora de leer un texto (no todos, evidentemente) de un autor nipón.


Aunque sea difícil de describir en unas pocas líneas, esa diferencia entre la contenida vida exterior que es descrita en los libros con la vigorosa vida interior de los personajes me resulta apabullante. Además, la forma de describir hechos cotidianos y darles un valor mayúsculo (como puede ser el típico ejemplo de la ceremonia de la preparación del té o cualquier acto diario al que se le otorga un valor milenario) usando una “prosa muy lírica” o un “lirismo muy prosaico” resulta encantador. Como decía al principio, no es posible generalizar en cuanto a la literatura de un país, y no es posible mezclar a autores tan dispares como Mishima, Yoshimoto, Kawabata, Murakami o la autora que hoy presentamos: Hiromi Kawakami.

En “El cielo es azul, la tierra blanca” (la traducción literal del título sería “El maletín del maestro”) Kawakami nos presenta a una protagonista solitaria, a punto de ser vencida por el mundo y por una vida que no es la que esperaba. Se trata de Tsukiko, que prácticamente solo sale de casa para acudir a su puesto de trabajo, en el que pasa la mayor parte de sus días. A punto de cumplir la cuarentena, es difícil encontrar en el día a día de Tsukiko cualquier mínimo estímulo.

Por una simple casualidad, en una de sus paradas habituales en una Izakaya (su tradición sería algo así como tienda de sake, y es un lugar muy usado por los nipones para comer y beber tras salir del trabajo) se encuentra con Harutsuna Matsumoto y, tras unos instantes, reconoce a su antiguo profesor de lengua de cuando era niña, un profesor que ya hace unos años está retirado de su antigua labor.

Entre ellos se inicia una peculiar, leve y delicada relación (no me atrevería a decir ni de amistad ni de amor) en la que simplemente comparten silencios, algunas palabras, algunas miradas, alguna sonrisa esporádica en la que nunca saben cuándo se verán (no quedan para ello de forma explícita) ni cuánto tiempo pasará entre un momento y otro.

Y así, a un paso lento y con esa forma de actuar contenida y tan cargada de intensidad al mismo tiempo, en la que quedar los dos para visitar un mercado se convierte en un acontecimiento, se crea una bella, alejada de lo pasional, casta y poco convencional historia de amor que el lector ve nacer tal y como se ve nacer la llegada de la primavera: en un signo débil e ilusionante al principio, y tras ese signo ya son buscados con mayor consciencia y con mayor tino los síntomas de lo que está por llegar.

Con “El cielo es azul, la tierra Blanca” la autora Hiromi Kawakami obtuvo importantes premios y se convirtió en una de las autoras con mayores ventas. Además se hizo una adaptación cinematográfica que obtuvo cierto éxito. En sus páginas podemos encontrar esa sensibilidad que nos hace llegar a apreciar en su justa medida tanto silencios como instantes para el recuerdo.

Además de ello, casi llegamos a palpar esa contención omnipresente en la literatura japonesa, tan alejada de aspavientos y largos y vacíos diálogos, otorgando tanta belleza e importancia a hechos tan dispares como el roce de una mano, la forma de servirse un vaso de cerveza o la llegada de primavera con la fiesta del florecimiento de los cerezos. Quizás el ejemplo más adecuado en este libro sea el hecho de que el profesor retirado todavía lleva consigo a todos y cada uno de los sitios a los que va su viejo y ajado maletín de profesor. Un libro aconsejado para lectores que sepan apreciar esa sensibilidad tan presente.