domingo, 31 de enero de 2016

"La casa de las bellas durmientes", de Yasunari Kawabata

En las afueras de Tokio existe una extraña y desconocida posada. A ella acuden ancianos a dormir, aunque a ello se suma una extraña particularidad. Y es que, tal y como le ha sido ofrecido a nuestro protagonista, Eguchi, los ancianos pasan la noche con desconocidas jóvenes que yacen profundamente dormidas a su lado, y sin la protección de más ropa que las sábanas y colcha de la propia cama.

Yoshio Eguchi narra las vivencias que le transmite el contemplar a la primera muchacha (rigurosamente seleccionada por la regenta de la casa tanto por su hermosura como por una imprescindible virginidad) en un acto tan íntimo como es el dormir. El requisito de la posada es no realizar ninguna acción que pueda considerarse inapropiada, lo que conllevaría el ser expulsado de ese selecto club.


Por la mente de Eguchi pasan los pensamientos encadenados entre las seis muchachas a las que, en total, visitará en este relato corto, y con ellas todas y cada una de las mujeres que pasaron pos su vida, desde su madre a sus hijas, pasando por todas las mujeres a las que amó. Para Eguchi las visitas se convierten en una especie de recorrido por su pasado, un recorrido en el que hay lugar para los remordimientos. Al mismo tiempo, se manifiesta el presente en la forma de las tentaciones que vive el anciano de violentar a las durmientes en diferentes formas, con un deseo casi irresistible  de vulnerar su (narcotizado) sueño.

Por último, el atormentador futuro con ese miedo a la vejez y decrepitud que observa en el resto de clientes, algo mayores que él y que viven buscando, del mismo modo que él, la juventud perdida en esa posada, y el alejar la decadente idea de una muerte que se acerca inexorablemente. Tal y como dicta la lógica, los miembros de la clientela no coinciden entre ellos, aunque no supone un impedimento para que nuestro protagonista entable un diálogo fantasmagórico con ellos.

Como es habitual en este autor, el (de momento) único ganador del Premio Nobel de Literatura de origen japonés, las tradiciones japonesas están muy bien representadas, así como añade simbologías tradicionales a los propios personajes, lo que se puede observar en algo tan simbólico como las vírgenes yacentes. Este argumento  y la forma de narración, en la que olfato, oído y vista son magnificados por el autor, agudizados por el silencio en el que los únicos diálogos los forman las entradas en la vivienda y los desayunos matutinos atraen de manera intensa a muchos autores.

Entre ellos hemos de destacar a uno de los grandes nombres de la Literatura del Siglo XX, Gabriel García Márquez, que llevó más lejos que nadie su admiración por el fallecido autor nipón y se basó en su argumento para componer su obra “Memoria de mis putas tristes”, e incluso se permitió el lujo de comenzarlo del mismo modo: “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido.”

En este cuento, y en los que lo acompañan (“Un brazo” y “De pájaros y animales”) son acompañados de una fuerte simbología japonesa que, personalmente, se me hizo complicada de seguir. Capaz de describir de una forma sublime la belleza de su entorno, de la naturaleza,  añade también una morbosidad a la narración y una escabrosidad que en ocasiones aleja un poco al lector, o al menos lo desconcierta.

Como decíamos, es el único autor japonés que logró el Premio Nobel de Literatura (aunque como él mismo dijo en una ocasión “no entiendo cómo me lo han dado a mí existiendo Mishima”) y uno de los grandes autores del siglo pasado. Tiene en este libro ese toque magistral describiendo la parte más bella de la naturaleza, como se puede observar también en “Lo bello y lo triste”, aunque como decía el añadir detalles escabrosos y desasosegantes hizo que nunca me zambullese en la lectura.


Por último recalcar que el uso de esas figuras oníricas en la narración (sobre todo en el segundo relato) me hizo recordar a uno de los autores más conocidos de la actualidad, Haruki Murakami, aunque mi desconocimiento de la tradición japonesa me impide distinguir si ambos se inspiran en ella o el segundo en el primero. En definitiva, una lectura de la que se saca provecho, aunque entre tanta belleza como es capaz de describir también coloca dosis que dejan un sabor un tanto amargo.