Al regresar de uno de sus
numerosos y rutinarios viajes, en este caso una excursión por la montaña, un
exitoso escritor (R.) se dispone a tomarse un respiro en su domicilio y a consultar
las llamadas telefónicas y el correo que ha recibido durante su ausencia.
En la bandeja de cartas
presentada por su criado, descarta una de ellas por su excesivo volumen. Sin
embargo, al volver a revisarlas, se siente intrigado e impulsado a leerla.
Finalmente, tras alguna duda sobre si es el auténtico destinatario, y tras
comprobar que carece de remitente, decide sumergirse en ella.
En la parte superior de la carta,
y utilizada a modo de presentación, se encuentra con la frase:
“A ti, que nunca me has
conocido”.
Lo que lee a continuación es un
desgarrador relato de amor, una tardía confesión de la obsesión que una mujer declara
haber sentido por él desde el primer momento en que lo vio.
"Sólo quiero hablar contigo, decírtelo todo
por primera vez. Tendrías que conocer toda mi vida, que siempre fue la tuya
aunque nunca lo supiste. Pero sólo tú conocerás mi secreto, cuando esté muerta
y ya no tengas que darme una respuesta; cuando esto que ahora me sacude con
escalofríos sea de verdad el final. En el caso de que siguiera viviendo,
rompería esta carta y continuaría en silencio, igual que siempre. Si sostienes
esta carta en tus manos, sabrás que una muerta te está explicando aquí su vida,
una vida que fue siempre la tuya desde la primera hasta la última hora."
Con ello el (probablemente no valorado en su justa medida) escritor austríaco
Stefan Zweig despliega ante nosotros un ejemplar relato (corto, cortísimo
relato) en el que da una buena muestra de su capacidad para plasmar
sentimientos. La intensidad que era capaz de expresar Zweig era probablemente inferior a la intensidad de sus propios sentimientos, como parece indicar el hecho de que terminase su vida en un suicidio conjunto con su compañera sentimental. (enlace a la entrada "El escritor y el suicidio" en este mismo blog)
Es difícil no sentirse conmovido
con lo narrado por la remitente muestra en sus páginas, y aún dejando poco
espacio a la sorpresa, despierta en el
lector un desasosiego que sólo los grandes relatos son capaces de conseguir.
Así, asistiremos al nacimiento de
un amor platónico, que probablemente nos hará sentir identificados con algún
momento de nuestra adolescencia. Con el transcurrir del relato, veremos cómo ese
amor se va convirtiendo paulatinamente en cierto modo de obsesión, y finalmente
cómo desemboca en una dependencia vital absoluta que siente la narradora hacia
el escritor que, al ser descubierta gracias a la lectura de la carta, irremediablemente hará reflexionar profundamente a éste
último.
El sumergirse en las escasas
setenta páginas de este relato nos supondrá una buena prueba de lo que un
escritor con talento puede llegar a conseguir, llegando a dignificar la
profesión, y al mismo tiempo nos hará tener en cuenta a Zweig como un autor de
futuras lecturas. Además de ello, cada vez que vez el símbolo utilizado por Zweig de la rosa
blanca, probablemente hará regresar a mi memoria “Carta de una desconocida”.