La fascinación por lo que nos
puede deparar el futuro es una de las constantes más reproducidas en la literatura desde hace cientos de años.
De la imaginación de muchos escritores nos son plasmadas sociedades y sistemas
de gobierno y de convivencia que podemos dividir en dos grandes grupos: la
utopía y la distopía.
Del segundo grupo, la distopía,
(es decir, la descripción de una sociedad imaginada que dista mucho de ser
ideal), nos llegan quizás las obras más renombradas del tema que nos ocupa.
Entre ellas, sin duda, se
encuentra la novela que fue escrita con el nombre de “El último hombre de Europa”
(The last man in Europe) en 1948. Por motivos editoriales, y debido a que el
nombre final resultaría más atractivo, fue cambiado por el año en el que
transcurre la acción y en 1949 salió finalmente a la venta con el nombre de “1984” .
El auténtico mérito del autor,
George Orwell, es que en este libro lograba describir conceptos en los que, hoy
en día, más de sesenta años después, muchos
analistas observan coincidencias en la sociedad actual. A nadie es ajena, por
ejemplo, la figura del jefe supremo de dicho régimen, conocido por todos con el
nombre de “Gran Hermano” (figura inspirada en Stalin). La metódica descripción
de dicho régimen logró tanta trascendencia
que se llegó a denominar a una sociedad totalitaria y con un control férreo por
parte de los poderes como “orwelliana”.
También es destacable entre
sociedades distópicas la novela que nos pinta un régimen en el que los
gobernantes opinan que los hombres son felices cuando son iguales, y para ello
intentan eliminar cualquier elemento capaz de llevarlos a sentirse diferentes.
Entre dichos perseguidos elementos se
encuentran los libros.
El protagonista de dicho libro, “Farenheit
451” (de
Ray Bradbury, 1953), es Montag, cuya profesión es la de bombero. La
particularidad de los bomberos imaginados por Bradbury, es que se dedican a
provocar incendios; concretamente acuden a avisos de viviendas moradas por
poseedores de los prohibidos libros para usar sus mangueras incendiarias y así acabar
con el peligro del pensamiento crítico.
En ello se vislumbra, entre otras
cosas, un ataque feroz a la censura sufrida en los EEUU a mediados del siglo
pasado. Sirva como curiosidad que el título se refiere a la temperatura en la
que el papel de los libros comienza a arder.
Un ejemplo de utopía (sociedad
ideal imaginada) es la que nos describió Burrhus Frederic Skinner en 1948 con
su “Walden Dos”. El psicólogo y filósofo norteamericano llevó sus experimentos
sobre conductismo y condicionamiento a las páginas de esa sociedad que él
suponía ideal.
En él describe uno a uno todos
los métodos científicos empleados para conseguir que los humanos cooperen entre
sí en fines comunes sintiéndose felices individualmente. Una comunidad en la
que no existe el dinero y que el trabajo es premiado con créditos que pueden
ser intercambiados por comida o por una cama donde dormir.
El nombre de Walden Dos es un
homenaje al ensayo publicado por Henry Thoreau describiendo el retiro voluntario
que mantuvo durante dos años, dos meses y dos días, aislado totalmente de la
sociedad en el lago Walden.
Otra sociedad utópica (en este
caso con tintes ciertamente irónicos) es la dibujada en la novela que está
considerada como una de las mejores en cuanto a estilo se refiere. Se trata de
“Un mundo feliz”, de Aldous Huxley.
En una sociedad tecnológicamente
muy avanzada (el año cero de la historia de esa sociedad es 1908, el año de
fabricación del considerado habitualmente como el primer vehículo a motor para
el que se empleó la cadena de montaje, el Ford T), en donde se han erradicado
religión, filosofía y literatura, se han eliminado los museos y el ser humano
es un ser saludable, deportista, que se describe a sí mismo como feliz, aunque
la libertad de pensamiento también está desterrada.
También existe una buena cantidad
de libros cuyo argumento está dedicado a las sociedades post-apocalípticas.
Entre ellas luce con brillo propio esa sociedad (o ausencia de ella) sumida en
la anarquía total de “La carretera”, de Cormac McCarthy, (reseña aquí) en la que los seres
humanos se ven obligados a sucumbir a instintos de supervivencia olvidados
durante miles de años.
Como decíamos antes, de la mente
de miles de escritores nos son descritas diferentes sociedades, unas con mayor
atractivo que otras, y en general destinadas a ofrecer una visión crítica de la
sociedad en la que vivió el propio escritor.
Tal vez por ello nos produce una
chispa de inquietud el comprobar ciertas coincidencias de la sociedad en la que
vivimos con las distopías imaginadas hace más de cincuenta años, descritas con
una visión que se suponía pesimista…