Nacido como Kimitake Hiraoka en
1925, y fallecido en 1970. Se trata del escritor japonés más conocido
internacionalmente, y uno de las más brillantes plumas del siglo XX, y
probablemente de la historia de la Literatura.
Hijo de Asuza Hiraoka, secretario
del Ministerio de Pesca, y miembro de una acomodada familia. Sin embargo,
pronto fue llevado a vivir con Natsuko, abuela de Kimitake, y descendiente de
una familia relacionada con los samurai. Su abuela ejerció gran influencia en
la formación de su carácter, pues el hacer honor a sus raíces y su profundo convencimiento en
el respeto de los ritos y tradiciones japonesas se convirtieron en una de las obsesiones
del escritor. La obsesión por la muerte que demostró el autor a lo largo de su
vida le fue inculcada por la misma persona. ("...inclinando mi corazón hacia la Muerte, la Noche y la Sangre...).
También la insistencia de Natsuko
hizo que acudiese a una de las escuelas más importantes del país, la Escuela
Peers, destinada en principio a alumnos de mayor nivel social. El paso por
dicha escuela lo convirtió en un niño desdichado, solitario, que sufría el rechazo de sus compañeros, que lo apodaban "el pálido". Desde el principio se le consideró un niño prodigio, aunque ello también despertó de alguna manera el desprecio de alguno de sus profesores, que no dudaban en humillarlo y ponerle malas notas para "curar su desagradable precocidad"; no fue hasta los 12
años cuando empezó su idilio con la literatura, con la composición de sus primeros
cuentos y relatos.
Sin embargo, los planes de su padre para que se convirtiese
en un miembro destacado de la sociedad nipona, lo llevaron a prohibirle seguir
escribiendo, orden que afortunadamente el joven Yukio decidió incumplir, escribiendo a escondidas todas las noches con la colaboración de su
madre.
En plena adolescencia irrumpió la
entrada en la Segunda Guerra Mundial por parte de su país, y con ello su
llamada a filas. En el reconocimiento médico exageró los síntomas de un
resfriado, diciendo que hacía meses que lo sufría, lo que llevó al examinador a excluirlo por posible tuberculosis. El
hecho de no haber participado en la guerra para defender a su país le crearía
un sentimiento de culpa que le acompañaría durante toda su vida…
Para complacer a su padre y en
contra de su inicial intención de dedicarse a la escritura, comenzó la carrera
de Derecho en la Universidad de Tokio, licenciándose en 1947 y obteniendo un
puesto de funcionario en el Ministerio de Finanzas. Una vez constatado que no
era su vocación, y convencido su padre, dimite de dicho cargo un año después
para, esta vez sí, iniciar su brillante
carrera literaria. En el momento en que comunica su decisión a su padre, éste le dice:
- "...entonces tienes que prometerme ser el mejor novelista del país".
-"Lo seré.", contestó el autor.
Tras varias publicaciones, en
1948 consigue una gran repercusión al publicar “Confesiones de una
máscara”, novela con marcados tintes
autobiográficos, protagonizada por un personaje influenciado por la presencia
de su abuela, que le inculca esa fijación con la muerte, y que llegó a impactar
por describir la atracción hacia personas del mismo sexo. El éxito de esta
novela lo convierte en una celebridad y le permite realizar el sueño de
dedicarse en exclusiva a su vocación.
Como decíamos antes, Mishima era
un hombre obsesionado por recuperar los valores tradicionales japoneses, en una
defensa apasionada y utópica, en oposición al vacío espiritual y la decadencia
moral que, en su opinión, había tomado la sociedad moderna.
Con un carácter muy intenso y decidido, llevó una
vida que no dejó indiferente a nadie con sus derivas consideradas fascistas, con su rechazo
a la constitución, rechazo a la democracia, a la clase política, al comunismo,
al capitalismo…
Esa pasión y un narcisismo mal disimulado también lo llevaron a
ejercer un obsesivo culto al cuerpo, moldeando su cuerpo con prácticas de artes marciales
tradicionales y halterofilia durante los últimos 15 años de su vida.
En 1968 dichas convicciones le
llevaron a crear la “Sociedad del escudo”, un grupo de vocación militarista cuyos integrantes estaban
convencidos de que su destino era el de actuar como escudo humano ante su
figura más venerada, el emperador. Según la definición del propio Mishima, este
grupo era un “ejército en situación de espera”, y “es verdad que somos un
ejército desarmado y el más pequeño del mundo, pero no es menos cierto que
somos el ejército más disciplinado y el más grande por su espíritu.”
El 25 de noviembre de 1970, Yukio Mishima, en
compañía de otros cuatro miembros de este grupúsculo, asaltó un cuartel, y tomó
el despacho del comandante del mismo. Desde el balcón del comandante, procedió
a arengar a los soldados reclamando su eterna defensa de los valores
tradicionales y reprochando el nuevo estatus de la sociedad de consumo, en la
cual el valor principal es el material. Tras el previsible y, probablemente,
premeditado fracaso de su discurso, y según las más rígidas costumbres que
veneraba, procedió a realizar con meticulosidad y en base a una perfecta planificación el ritual del seppuku, mal llamado por nosotros harakiri, provocando
su propia muerte con un corte en el vientre, y siendo decapitado posteriormente
por un miembro de su organización.
Con una prosa bella, delicada y dotada de un gran lirismo, gracias a la cual produjo una
obra literaria de una calidad inalcanzable, la figura de Mishima es
imprescindible en el conocimiento de la cultura japonesa. Su búsqueda de respuestas a los interrogantes existenciales, mientras abordaba diferentes temáticas, logró que fuese nominado tres veces al premio Nobel de Literatura, un
premio merecido a todas luces y que, probablemente, sus posiciones radicales evitaron
que le fuese otorgado.
De la misma opinión era el
también escritor Yasunari Kawabata, primer Premio Nobel de Literatura de
nacionalidad japonesa, que manifestó: “No comprendo cómo me han dado el premio
Nobel a mí existiendo Mishima. Un genio literario como el suyo lo produce la
humanidad solo cada dos o tres siglos. Tiene un don milagroso para las
palabras”.
Un hombre con una existencia inolvidable, obsesionado con una muerte con dignidad y honra, para lo cual era imprescindible un cuerpo perfecto, que llevó esa obsesión hasta las últimas consecuencias, intentando promover la vuelta a las raíces culturales japonesas. Literato en multitud de facetas, actor, cineasta, bailarín, experto en artes marciales... En definitiva, una obra literaria memorable y una vida intensa y difícil de olvidar, que hacen honor a sus palabras:
"Quiero que mi vida sea un poema".