Para dar un giro a
la situación, decidió acudir a una entrevista en el colegio de Brookfield. Se
hace con el puesto, y, a pesar de sus titubeantes comienzos, se inicia en esos momentos una relación laboral y también sentimental con esa institución que no finalizará
hasta su muerte. En el camino, el profesor Chipping (Chips en los pasillos y en
voz baja para los alumnos) se convertirá, del mismo modo, en una institución
viviente.
Haciendo gala de un
humor inquebrantable y que quedará unido a Chips en la memoria de sus alumnos y
compañeros de trabajo, a lo largo de “Adiós, señor Chips” veremos la evolución
en su forma de abordar sus clases (aunque no en la forma de impartir los
conocimientos de griego y latín) y también en su personalidad desde las dudas y lagunas iniciales hasta la maestría y capacidad finales. En definitiva,
el libro es un homenaje a un personaje inolvidable y, para ir más lejos, a ese
profesor que imparte clases por vocación.
Así que decidí
empezar el libro (en su origen no fue libro, sino que apareció en un suplemento
de la publicación religiosa British Weekly) firmado por James Hilton con buena
predisposición, una actitud que aumentó al ver la (magnífica, maravillosa,
elegante y poco común) edición que rezuma cuidado y mimo por todos sus poros en
la que ha sido lanzado este mismo año, hace tan solo un par de meses. Si te
fijas en la portada, en la parte inferior aparecen dos nombres: el del
ilustrador (que enriquece la lectura con su aportación) al que no tenía el
gusto de conocer y el de la traductora: Concha Cardeñoso. A esta brillante
traductora sí la conocía ya que, además de ganar premios con sus magníficas
traducciones, también es la firmante de varios de los libros de una de mis
autoras preferidas: Maggie O´Farrell. ¿Qué podía salir mal?
Pues en mi caso
nada. Nada salió mal. Porque desde el minuto uno disfruté como se disfruta de
la buena literatura, con una sonrisa en la boca. Disfruté de esa declaración de
amor a la enseñanza que es “Adiós, señor Chips” y disfruté de un personaje que
viene para quedarse en mi mente. Tiene puntos en común con la mencionada “Stoner”,
pero creo que de una forma liviana (Stoner era un personaje, creo, desarrollado
con mayor profundidad que nuestro entrañable Chips), lo que no hace desmerecer
la historia que traemos hoy.
Fueron numerosos
los testimonios de lectores de esta obra y alumnos del tal Balgarnie que
afirmaron que el parecido era absolutamente incontestable entre Chips y ese
profesor que falleció a la edad de 82 años, y que impartió clase en el colegio
al que acudió James Hilton. De cualquier forma, fuese quien fuese la persona
inspiradora, hemos de agradecer su esfuerzo al enseñar, como a todas aquellas
personas que imparten la docencia por vocación.
Creo que es la
primera vez en todas las (un puñado de ellas) reseñas que he publicado que voy
a referirme a un editor. Y es que desde el inicio del libro, simplemente con la
sensación de tener en la mano algo tan cuidado y con tan buen gusto, pensé en
el amor (de nuevo) que se puso en publicar este libro. Al finalizar la obra hay
una nota del propio editor en la que se confirma ese amor y dedicación (y tan
necesaria vocación), y me sorprenden las coincidencias con lo que, como lector
que también es, le vinieron a la mente con nuestro Chips.
Así que hoy, como
cierre a esta reseña, quiero dar las gracias la editorial Trotalibros y al editor que firma esa nota, a Jan Arimany, por rescatar esta
historia (perfecta para una tarde del verano que estamos cerrando) y por el
cariño que puso en editarla, por traer a la magnífica Concha Cardeñoso y al
ilustrador Jordi Vila Delcòs, así como al resto de personas que colaboraron en
la edición: gracias, de corazón. Y una petición: más ediciones como ésta.