sábado, 11 de septiembre de 2021

"Adiós, señor Chips", de James Hilton

 

El señor Chipping nació en 1848 y su recuerdo se prolonga hasta la década de los treinta del siglo siguiente. Desde muy pronto, prácticamente de forma inmediata tras acabar sus estudios, comenzó su carrera de maestro en Melbury. Sin embargo su inexperiencia en el cargo le sobrepasó en ese primer año, lo que hizo que fuese insoportable para él. Debido a esa falta de experiencia, los alumnos superaban con soltura sus intentos de establecer una disciplina mínima en sus clases. Ese ambiente, ese colegio, y esa falta de soltura en su profesión le llevaron a aborrecer ese puesto.

 

Para dar un giro a la situación, decidió acudir a una entrevista en el colegio de Brookfield. Se hace con el puesto, y, a pesar de sus titubeantes comienzos, se inicia en esos momentos una relación laboral y también sentimental con esa institución que no finalizará hasta su muerte. En el camino, el profesor Chipping (Chips en los pasillos y en voz baja para los alumnos) se convertirá, del mismo modo, en una institución viviente.

 

Haciendo gala de un humor inquebrantable y que quedará unido a Chips en la memoria de sus alumnos y compañeros de trabajo, a lo largo de “Adiós, señor Chips” veremos la evolución en su forma de abordar sus clases (aunque no en la forma de impartir los conocimientos de griego y latín) y también en su personalidad desde las dudas y lagunas iniciales hasta la maestría y capacidad finales. En definitiva, el libro es un homenaje a un personaje inolvidable y, para ir más lejos, a ese profesor que imparte clases por vocación.

 

No se puede decir mucho más del argumento, ya que es simplemente un repaso a la vida (académica en su mayor parte y unas pinceladas de la privada)  del señor Chipping, así que voy a dedicar unas líneas a lo que me llamó la atención de este título. En cuanto lo vi lo relacioné con uno de los personajes más inolvidables para mí y, también uno de mis libros preferidos. Se trata de “Stoner”, de John Williams, que trata de la vida del profesor cuyo apellido da título a la obra de una forma, creo, magistral. ¿Y cómo negarse a un título que me recuerda a uno de mis favoritos? No se puede.

 

Así que decidí empezar el libro (en su origen no fue libro, sino que apareció en un suplemento de la publicación religiosa British Weekly) firmado por James Hilton con buena predisposición, una actitud que aumentó al ver la (magnífica, maravillosa, elegante y poco común) edición que rezuma cuidado y mimo por todos sus poros en la que ha sido lanzado este mismo año, hace tan solo un par de meses.   Si te fijas en la portada, en la parte inferior aparecen dos nombres: el del ilustrador (que enriquece la lectura con su aportación) al que no tenía el gusto de conocer y el de la traductora: Concha Cardeñoso. A esta brillante traductora sí la conocía ya que, además de ganar premios con sus magníficas traducciones, también es la firmante de varios de los libros de una de mis autoras preferidas: Maggie   O´Farrell. ¿Qué podía salir mal?

 

Pues en mi caso nada. Nada salió mal. Porque desde el minuto uno disfruté como se disfruta de la buena literatura, con una sonrisa en la boca. Disfruté de esa declaración de amor a la enseñanza que es “Adiós, señor Chips” y disfruté de un personaje que viene para quedarse en mi mente. Tiene puntos en común con la mencionada “Stoner”, pero creo que de una forma liviana (Stoner era un personaje, creo, desarrollado con mayor profundidad que nuestro entrañable Chips), lo que no hace desmerecer la historia que traemos hoy.

 

Creo que si te acercas a nuestro profesor verás una buena cantidad de amor: amor a la Literatura y amor a la enseñanza (no puedo dejar de mencionar una expresión que tan solo conozco de la traductora Concha Cardeñoso y que es “sentarse al amor del fuego”, tan expresiva y tan perfecta). Además pasarás un par de horas (es cortito, ligero, fácil de leer) con una sonrisa en la boca y con alguna carcajada. Ese amor que rezuma esta historia tiene su origen en la persona en la que se basó el autor para crear un personaje tan icónico (fue llevado al cine varias veces y se representaron numerosas obras de teatro) y que, además de en su propio padre, parece ser que él nombraba a varios profesores, entre ellos W.H. Balgarnie.

 

Fueron numerosos los testimonios de lectores de esta obra y alumnos del tal Balgarnie que afirmaron que el parecido era absolutamente incontestable entre Chips y ese profesor que falleció a la edad de 82 años, y que impartió clase en el colegio al que acudió James Hilton. De cualquier forma, fuese quien fuese la persona inspiradora, hemos de agradecer su esfuerzo al enseñar, como a todas aquellas personas que imparten la docencia por vocación.

 

Creo que es la primera vez en todas las (un puñado de ellas) reseñas que he publicado que voy a referirme a un editor. Y es que desde el inicio del libro, simplemente con la sensación de tener en la mano algo tan cuidado y con tan buen gusto, pensé en el amor (de nuevo) que se puso en publicar este libro. Al finalizar la obra hay una nota del propio editor en la que se confirma ese amor y dedicación (y tan necesaria vocación), y me sorprenden las coincidencias con lo que, como lector que también es, le vinieron a la mente con nuestro Chips.

 

Así que hoy, como cierre a esta reseña, quiero dar las gracias la editorial Trotalibros y al editor que firma esa nota, a Jan Arimany, por rescatar esta historia (perfecta para una tarde del verano que estamos cerrando) y por el cariño que puso en editarla, por traer a la magnífica Concha Cardeñoso y al ilustrador Jordi Vila Delcòs, así como al resto de personas que colaboraron en la edición: gracias, de corazón. Y una petición: más ediciones como ésta.

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