sábado, 6 de julio de 2019

Escritores esquivos


Al igual que sucede en todas las profesiones que se ejercen, depende de la persona ejerciente el modo de llevarla a cabo. Así, encontramos a gente dedicada a su labor en cuerpo y alma, y gente que simplemente cumple con el expediente de la forma más cómoda y menos comprometida posible. Además, hay personas que separan totalmente su vida privada de su vida laboral, y gente que mezcla ambas de forma que su tiempo libre se llena con situaciones y compañeros laborales. Sería una tarea descomunal hacer un listado de las diferentes maneras en las que cada uno afronta su profesión.

Pero, como sospechas, la profesión que nos interesa en esta página es la dedicada a producir textos literarios, y en ella nos vamos a centrar. Dado que es una profesión peculiar, de cara al público, suele tener una serie de añadidos a la tarea de encerrarse ante un ordenador, máquina de escribir o pluma para desarrollar su talento. Así, las interminables promociones de los lanzamientos literarios ocupan meses de los escritores más o menos renombrados.


A ello hay que sumar entrevistas en revistas, radios, canales televisivos y páginas web, intentando lograr con ello una presencia en los círculos que solemos visitar los lectores, proporcionándonos así la oportunidad de conocer la obra lanzada. No es posible calibrar qué porcentaje de tiempo ocupa cada labor, pero mucho me temo que algunos escritores emplean más tiempo en promociones, firmas y charlas de su libro que el que realmente tardaron en escribirlo.

Sin embargo, como decíamos al principio, cada escritor lo afronta de la manera que sabe, puede o soporta. Hoy día las redes sociales son una parte importante de la promoción, pero no todos son capaces de estar activos continuamente. Y en esta entrada queremos conocer algún dato de los escritores que menos soportan o soportaban esta parte de la profesión, la que los expone al público en general y saca datos personales a la luz.  

Aunque no es la tónica general, vamos a empezar por un autor obligado a aislarse de la vida pública, fuese o no su intención hacerlo. El día de San Valentín de 1989, hace ya 30 años, todas las agencias internacionales de noticias se hicieron eco de la fatwa o fetua (edicto con carácter de ley) emitido por el ayatolá Jomeiní en el que instaba a todos los fieles del islam a cumplir con la condena a muerte contra el autor nacido en Bombay Salman Rushdie por tratar de forma irreverente en las páginas de “Los versos satánicos” al profeta Mahoma, además de a los editores del libro. “Los versos satánicos” había sufrido desde hacía unos meses la censura en numerosos países, pero la noticia de la inminente ejecución de Rushdie  (es curioso que las últimas letras de su apellido sean DIE) sacudió a todo el mundo.

Desde ese mismo instante (el propio autor sintió que le quedaba un número de días de vida inferior a la decena) su vida cambió. Pasó a ser ocultado en todo momento y protegido por oficiales de Scotland Yard. El autor, que tenía ya prestigio por sus obras anteriores (sobre todo la aclamada “Hijos de la medianoche”, con la que consiguió varios premios) vivió esa protección de forma asfixiante, aunque resultó efectiva, ya que treinta años después su vida sigue a salvo. Sin embargo, algunos de los traductores del libro a otras lenguas sufrieron atentados contra su vida, llegando a perderla los traductores al japonés y al turco. También sufrieron ataques violentos alguno de los editores de la novela. En la actualidad Rushdie (a pesar de que la fetua fue anulada y renovada en diversas ocasiones y sigue vigente con una importante recompensa para el que logre acabar con su vida) ha renunciado a la protección individual (que fue criticada por su alto coste) y solo aparece con escolta en actos públicos que son anunciados con anterioridad.

A pesar de ser una excepción, el caso de Rushdie no es el único. Así, el autor napolitano Roberto Saviano, que suele utilizar un estilo periodístico en sus textos, usó su conocimiento de su tierra natal para mostrarnos los entresijos de la camorra italiana (mafia organizada de la región de Campania cuya ciudad principal es Nápoles), otorgando todo lujo de detalles sobre cómo utilizan cada posible negocio (difícil olvidar el negocio del reciclaje de residuos) para obtener pingües y sustanciosos beneficios.

De título “Gomorra”, la novela basada en hechos reales supuso un tremendo éxito en Italia e internacionalmente. En poco tiempo logró vender más de dos millones de copias, y se realizaron adaptaciones al cine y a la televisión, siendo ambas muy bien acogidas. Sin embargo, todo ese éxito se vio anulado por la condena que el clan Casalesi emitió contra él. Desde la misma publicación de la novela hubo de vivir con escolta.

Sin embargo, tras la publicación en la prensa italiana de que había sido preparado un atentado contra su vida organizado para antes de la Navidad de 2008, decidió abandonar (en principio para siempre) su país y vivir recluido permanentemente. Según sus propias palabras, la camorra ha ganado, ya que es un “muerto en vida”. Además, también sus familiares han debido emigrar por su relación con un autor que se arrepiente de haber publicado un libro que acabó con su futuro.

Los casos que acabamos de ver son, creo yo, extremos y por ellos quisimos comenzar este catálogo de escritores que, por las causas que sea, no llevan la vida pública habitual en la profesión. Más común es que el propio escritor decida prescindir de la vida pública. El siguiente caso es uno de los mayores ejemplos de esto último. A mediados del siglo pasado se publicó la novela (que llegó a ser de culto) “El guardián entre el centeno”. El libro se convirtió en un clásico inmediato, y relata las peripecias de Holden Caulfield, un personaje icónico en la literatura.

A pesar de una leyenda negra debido a que varios criminales mencionan esa obra como inspiración para sus crímenes, casi setenta años después de su publicación sigue dando que hablar, y es lectura obligatoria en muchos institutos de una buena cantidad de países (aunque con la nueva tendencia a censurar los textos políticamente incorrectos puede quedarle poco tiempo de vida). Lo normal en una obra de este calibre, que vende todavía unos 250.000 ejemplares anuales, es que el autor se convierta en una celebridad y que conozcamos cada uno de sus movimientos.

Sin embargo, Jerome David Salinger decidió no formar parte de ese juego, y rechazó desde el inicio el convertirse en una figura pública. Su biografía se convierte en un misterio, y para hablar de sus publicaciones hemos de remitirnos varias décadas atrás. Muerto hace unos años, su última entrevista fue realizada en 1980 y la (que se sepa) única entrevista radiofónica que concedió tuvo lugar a mediados de la década de los 70. Tan solo dos años después de la publicación de su obra más conocida decidió retirarse a Cornish, un pueblo de New Hampshire, en donde falleció en 2010.

Tan solo conservamos un puñado de fotografías del autor, cuya lucha contra las publicaciones sobre su vida fue continua e incluso amenazaba con demandar a las universidades que utilizaban su nombre.

Si Holden Caulfield es un personaje importante dentro de la literatura, hemos de señalar que la autora de nuestro siguiente ejemplo nos regaló otro personaje inolvidable: el modelo de ética Atticus Finch. El abogado defensor de un personaje de color acusado en “Matar un ruiseñor” lleva dándonos lecciones y ejemplo desde 1960. Cabe señalar que la interpretación que hizo Gregory Peck de dicho personaje unos años más tarde lo pone a la altura que merece la novela.

Abrumada por el éxito del libro y la sobreexposición mediática derivada de ello, Harper Lee decidió renunciar a la fama y en 1964 se recluyó en su pequeño pueblo natal de Monroeville (que aparece en la novela bajo el nombre de Maycomb). Si has leído el libro seguramente recordarás a un personaje llamado Boo Radley, recluido en su casa prácticamente durante toda la acción, y al que temen los niños del pueblo (incluida Scout, la hija de Atticus). Harper Lee dijo que siempre se sintió identificada (a pesar de que todos la identificamos irremediablemente con Scout) con el huraño personaje de Boo.

Al contrario que Salinger, en su reclusión de Harper Lee no produjo ninguna otra obra ni relato, y tan solo en los últimos meses de su vida, con muchos problemas físicos e internada en una residencia en la que fallecería, no dio su autorización para publicar otra obra que no fuese “Matar un ruiseñor”. Esa autorización nos trajo la publicación de “Ve, y pon un centinela”, presentada como un borrador de la famosa novela que cambia totalmente la visión del personaje de Atticus. Personalmente y aun sabiendo que no tengo base alguna para dudar de la lucidez de la autora en el momento de aceptar publicar dicha obra, prefiero quedarme con la visión original que, sospecho, no será mejorada por el nuevo texto publicado. En el caso de "Matar un ruiseñor" ya ha sufrido la censura que mencionábamos antes, y a pesar de ser un alegato contra el racismo fue retirado de las aulas por contener la palabra "nigger".


Ahora nos situaremos unos años antes, a principios del siglo pasado, en nuestro vecino país de Francia. Uno de los mayores talentos de la literatura, nacido en 1871, desarrolló su carrera en la capital francesa dejando su impronta de una forma indeleble, y cuya obra maestra “En busca del tiempo perdido” consta de siete partes, comenzando con “Por el camino de Swann”. Para su escritura dedicó 14 años de su vida y terminaron de publicarse varios años después de su muerte.

Proust poseía un físico muy delicado, y durante la mayor parte de su vida sufrió la sobreprotección de una madre preocupada por su exigua salud. A raíz de la muerte de su ésta, acontecida en 1905, Marcel sufrió una profunda depresión. El sentimiento de soledad hizo que se recluyese en su cuarto, prácticamente sin tener ninguna vida social. Dicho encierro provocó que produjese la que es considerada una de las obras maestras de la Literatura, cuya lectura no deja a nadie indiferente.

Como vamos viendo, las razones por las que un autor desaparece de la vida pública son variopintas, y ya sean involuntarias o deseadas, cada desaparición tiene sus propias características. Para traer una desaparición voluntaria que todavía perdure, nos acordaremos de uno de los mejores autores estadounidenses de la actualidad: Cormac McCarthy. A pesar de que hoy día tiene un amplio reconocimiento literario, no siempre fue así. Antes de la publicación de su éxito “Todos los caballos bellos” en 1992, sus anteriores obras tenían unas ventas de unos 5000 ejemplares cada uno.

Como podemos comprender, si tenemos en cuenta que su primera obra se remonta a 1965, podemos concluir que no fue un escritor de éxitos de ventas. Sí en cuanto a prestigio entre sus compañeros de profesión. Su vida de reclusión entonces fue llevada al extremo, e incluso vivió durante años en una cabaña sin más agua corriente que la del río cercano, y en moteles de bajo nivel. Hasta que cumplió los 60 McCarthy fue una persona muy pobre.

Cuando le llegó el éxito no vino acompañado de multitud de entrevistas (se pueden contar con los dedos de las manos) ni apariciones públicas. Desde hace años acude al Instituto de Santa Fe, en donde convive con una serie de científicos. Además reside en Tesuque (Nuevo México) y, tal y como sucede con otros muchos autores, es muy celoso de su intimidad. A pesar de ser octogenario, los lectores todavía esperamos una nueva novela (su obra en los últimos años es escasa) que tal vez mejore su obra más reconocida, la sobrecogedora e inolvidable “La carretera”.

Al inicio de esta entrada decíamos que cada profesión tiene miles de manera diferentes de ser desarrollada (dependiendo de la propia persona que la ejerza) y en la Literatura sucede lo mismo. Prescindiendo de las actividades que suponemos generalizadas de promoción de libro hemos visto tan solo unos ejemplos de lo contrario: de la ausencia de promoción por diversas causas. Aunque, evidentemente, los nombrados no son ni mucho menos los únicos ejemplos existentes (y tal vez tampoco los más representativos) si sigues leyendo estas líneas esperamos que el repaso que ahora terminamos te haya dado unos minutos agradables.