Al igual que sucede en todas las
profesiones que se ejercen, depende de la persona ejerciente el modo de
llevarla a cabo. Así, encontramos a gente dedicada a su labor en cuerpo y alma,
y gente que simplemente cumple con el expediente de la forma más cómoda y menos comprometida posible. Además, hay personas que separan totalmente su vida privada de su vida
laboral, y gente que mezcla ambas de forma que su tiempo libre se llena con
situaciones y compañeros laborales. Sería una tarea descomunal hacer un listado
de las diferentes maneras en las que cada uno afronta su profesión.
Pero, como sospechas, la
profesión que nos interesa en esta página es la dedicada a producir textos
literarios, y en ella nos vamos a centrar. Dado que es una profesión peculiar,
de cara al público, suele tener una serie de añadidos a la tarea de encerrarse
ante un ordenador, máquina de escribir o pluma para desarrollar su talento.
Así, las interminables promociones de los lanzamientos literarios ocupan meses
de los escritores más o menos renombrados.
A ello hay que sumar entrevistas
en revistas, radios, canales televisivos y páginas web, intentando lograr con
ello una presencia en los círculos que solemos visitar los lectores,
proporcionándonos así la oportunidad de conocer la obra lanzada. No es posible
calibrar qué porcentaje de tiempo ocupa cada labor, pero mucho me temo que
algunos escritores emplean más tiempo en promociones, firmas y charlas de su
libro que el que realmente tardaron en escribirlo.
Sin embargo, como decíamos al
principio, cada escritor lo afronta de la manera que sabe, puede o soporta. Hoy
día las redes sociales son una parte importante de la promoción, pero no todos
son capaces de estar activos continuamente. Y en esta entrada queremos conocer
algún dato de los escritores que menos soportan o soportaban esta parte de la
profesión, la que los expone al público en general y saca datos personales a la
luz.
Aunque no es la tónica general,
vamos a empezar por un autor obligado a aislarse de la vida pública, fuese o no
su intención hacerlo. El día de San Valentín de 1989, hace ya 30 años, todas
las agencias internacionales de noticias se hicieron eco de la fatwa o fetua (edicto con carácter de
ley) emitido por el ayatolá Jomeiní en el que instaba a todos los fieles del
islam a cumplir con la condena a muerte contra el autor nacido en Bombay Salman
Rushdie por tratar de forma irreverente en las páginas de “Los versos satánicos”
al profeta Mahoma, además de a los editores del libro. “Los versos satánicos” había
sufrido desde hacía unos meses la censura en numerosos países, pero la noticia
de la inminente ejecución de Rushdie (es curioso que las últimas letras de su apellido sean DIE) sacudió a todo el mundo.
Desde ese mismo instante (el
propio autor sintió que le quedaba un número de días de vida inferior a la
decena) su vida cambió. Pasó a ser ocultado en todo momento y protegido por
oficiales de Scotland Yard. El autor, que tenía ya prestigio por sus obras
anteriores (sobre todo la aclamada “Hijos de la medianoche”, con la que
consiguió varios premios) vivió esa protección de forma asfixiante, aunque
resultó efectiva, ya que treinta años después su vida sigue a salvo. Sin
embargo, algunos de los traductores del libro a otras lenguas sufrieron
atentados contra su vida, llegando a perderla los traductores al japonés y al
turco. También sufrieron ataques violentos alguno de los editores de la novela.
En la actualidad Rushdie (a pesar de que la fetua fue anulada y renovada en
diversas ocasiones y sigue vigente con una importante recompensa para el que
logre acabar con su vida) ha renunciado a la protección individual (que fue
criticada por su alto coste) y solo aparece con escolta en actos públicos que
son anunciados con anterioridad.
A pesar de ser una excepción, el
caso de Rushdie no es el único. Así, el autor napolitano Roberto Saviano, que
suele utilizar un estilo periodístico en sus textos, usó su conocimiento de su
tierra natal para mostrarnos los entresijos de la camorra italiana (mafia
organizada de la región de Campania cuya ciudad principal es Nápoles),
otorgando todo lujo de detalles sobre cómo utilizan cada posible negocio
(difícil olvidar el negocio del reciclaje de residuos) para obtener pingües y
sustanciosos beneficios.
De título “Gomorra”, la novela
basada en hechos reales supuso un tremendo éxito en Italia e
internacionalmente. En poco tiempo logró vender más de dos millones de copias,
y se realizaron adaptaciones al cine y a la televisión, siendo ambas muy bien
acogidas. Sin embargo, todo ese éxito se vio anulado por la condena que el clan
Casalesi emitió contra él. Desde la misma publicación de la novela hubo de
vivir con escolta.
Sin embargo, tras la publicación en
la prensa italiana de que había sido preparado un atentado contra su vida
organizado para antes de la Navidad de 2008, decidió abandonar (en principio
para siempre) su país y vivir recluido permanentemente. Según sus propias
palabras, la camorra ha ganado, ya que es un “muerto en vida”. Además, también
sus familiares han debido emigrar por su relación con un autor que se
arrepiente de haber publicado un libro que acabó con su futuro.
Los casos que acabamos de ver
son, creo yo, extremos y por ellos quisimos comenzar este catálogo de
escritores que, por las causas que sea, no llevan la vida pública habitual en
la profesión. Más común es que el propio escritor decida prescindir de la vida
pública. El siguiente caso es uno de los mayores ejemplos de esto último. A
mediados del siglo pasado se publicó la novela (que llegó a ser de culto) “El
guardián entre el centeno”. El libro se convirtió en un clásico inmediato, y
relata las peripecias de Holden Caulfield, un personaje icónico en la
literatura.
A pesar de una leyenda negra
debido a que varios criminales mencionan esa obra como inspiración para sus
crímenes, casi setenta años después de su publicación sigue dando que hablar, y
es lectura obligatoria en muchos institutos de una buena cantidad de países
(aunque con la nueva tendencia a censurar los textos políticamente incorrectos
puede quedarle poco tiempo de vida). Lo normal en una obra de este calibre, que
vende todavía unos 250.000 ejemplares anuales, es que el autor se convierta en
una celebridad y que conozcamos cada uno de sus movimientos.
Sin embargo, Jerome David
Salinger decidió no formar parte de ese juego, y rechazó desde el inicio el
convertirse en una figura pública. Su biografía se convierte en un misterio, y
para hablar de sus publicaciones hemos de remitirnos varias décadas atrás.
Muerto hace unos años, su última entrevista fue realizada en 1980 y la (que se
sepa) única entrevista radiofónica que concedió tuvo lugar a mediados de la
década de los 70. Tan solo dos años después de la publicación de su obra más
conocida decidió retirarse a Cornish, un pueblo de New Hampshire, en donde
falleció en 2010.
Tan solo conservamos un puñado de
fotografías del autor, cuya lucha contra las publicaciones sobre su vida fue
continua e incluso amenazaba con demandar a las universidades que utilizaban su
nombre.
Si Holden Caulfield es un
personaje importante dentro de la literatura, hemos de señalar que la autora de
nuestro siguiente ejemplo nos regaló otro personaje inolvidable: el modelo de
ética Atticus Finch. El abogado defensor de un personaje de color acusado en “Matar
un ruiseñor” lleva dándonos lecciones y ejemplo desde 1960. Cabe señalar que la
interpretación que hizo Gregory Peck de dicho personaje unos años más tarde lo
pone a la altura que merece la novela.
Abrumada por el éxito del libro y
la sobreexposición mediática derivada de ello, Harper Lee decidió renunciar a la fama y
en 1964 se recluyó en su pequeño pueblo natal de Monroeville (que aparece en la
novela bajo el nombre de Maycomb). Si has leído el libro seguramente recordarás
a un personaje llamado Boo Radley, recluido en su casa prácticamente durante
toda la acción, y al que temen los niños del pueblo (incluida Scout, la hija de
Atticus). Harper Lee dijo que siempre se sintió identificada (a pesar de que
todos la identificamos irremediablemente con Scout) con el huraño personaje de
Boo.
Al contrario que Salinger, en su reclusión
de Harper Lee no produjo ninguna otra obra ni relato, y tan solo en los últimos
meses de su vida, con muchos problemas físicos e internada en una residencia en
la que fallecería, no dio su autorización para publicar otra obra que no fuese “Matar
un ruiseñor”. Esa autorización nos trajo la publicación de “Ve, y pon un
centinela”, presentada como un borrador de la famosa novela que cambia
totalmente la visión del personaje de Atticus. Personalmente y aun sabiendo que
no tengo base alguna para dudar de la lucidez de la autora en el momento de
aceptar publicar dicha obra, prefiero quedarme con la visión original que,
sospecho, no será mejorada por el nuevo texto publicado. En el caso de "Matar un ruiseñor" ya ha sufrido la censura que mencionábamos antes, y a pesar de ser un alegato contra el racismo fue retirado de las aulas por contener la palabra "nigger".
Ahora nos situaremos unos años
antes, a principios del siglo pasado, en nuestro vecino país de Francia. Uno de
los mayores talentos de la literatura, nacido en 1871, desarrolló su carrera en
la capital francesa dejando su impronta de una forma indeleble, y cuya obra
maestra “En busca del tiempo perdido” consta de siete partes, comenzando con “Por
el camino de Swann”. Para su escritura dedicó 14 años de su vida y terminaron
de publicarse varios años después de su muerte.
Proust poseía un físico muy delicado, y
durante la mayor parte de su vida sufrió la sobreprotección de una madre
preocupada por su exigua salud. A raíz de la muerte de su ésta, acontecida en 1905,
Marcel sufrió una profunda depresión. El sentimiento de soledad hizo que se
recluyese en su cuarto, prácticamente sin tener ninguna vida social. Dicho
encierro provocó que produjese la que es considerada una de las obras maestras
de la Literatura, cuya lectura no deja a nadie indiferente.
Como vamos viendo, las razones
por las que un autor desaparece de la vida pública son variopintas, y ya sean
involuntarias o deseadas, cada desaparición tiene sus propias características.
Para traer una desaparición voluntaria que todavía perdure, nos acordaremos de
uno de los mejores autores estadounidenses de la actualidad: Cormac McCarthy. A
pesar de que hoy día tiene un amplio reconocimiento literario, no siempre fue
así. Antes de la publicación de su éxito “Todos los caballos bellos” en 1992,
sus anteriores obras tenían unas ventas de unos 5000 ejemplares cada uno.
Como podemos comprender, si
tenemos en cuenta que su primera obra se remonta a 1965, podemos concluir que
no fue un escritor de éxitos de ventas. Sí en cuanto a prestigio entre sus
compañeros de profesión. Su vida de reclusión entonces fue llevada al extremo,
e incluso vivió durante años en una cabaña sin más agua corriente que la del
río cercano, y en moteles de bajo nivel. Hasta que cumplió los 60 McCarthy fue
una persona muy pobre.
Cuando le llegó el éxito no vino
acompañado de multitud de entrevistas (se pueden contar con los dedos de las
manos) ni apariciones públicas. Desde hace años acude al Instituto de Santa Fe,
en donde convive con una serie de científicos. Además reside en Tesuque (Nuevo
México) y, tal y como sucede con otros muchos autores, es muy celoso de su
intimidad. A pesar de ser octogenario, los lectores todavía esperamos una nueva
novela (su obra en los últimos años es escasa) que tal vez mejore su obra más
reconocida, la sobrecogedora e inolvidable “La carretera”.
Al inicio de esta entrada
decíamos que cada profesión tiene miles de manera diferentes de ser
desarrollada (dependiendo de la propia persona que la ejerza) y en la
Literatura sucede lo mismo. Prescindiendo de las actividades que suponemos
generalizadas de promoción de libro hemos visto tan solo unos ejemplos de lo
contrario: de la ausencia de promoción por diversas causas. Aunque,
evidentemente, los nombrados no son ni mucho menos los únicos ejemplos
existentes (y tal vez tampoco los más representativos) si sigues leyendo estas líneas esperamos que el
repaso que ahora terminamos te haya dado unos minutos agradables.