Entre todas las posibilidades que
ofrece la comunicación entre las personas, hay una que todavía conserva esos
ingredientes que la hacen especial. Y es que, a pesar de los avances
tecnológicos que nos hacen estar pendientes (más de lo necesario) de la
comunicación inmediata, el hecho de escribir una carta a una persona es un acto
en el que ponemos sentidos y sentimientos que son difíciles expresar de otra
manera. Del mismo modo, el poder tener una carta (aunque en los últimos años
nuestros buzones reciben más comunicaciones empresariales que cualquier otra
cosa) escrita para nosotros por una persona especial nos puede proporcionar
momentos inolvidables.
Ese ritual que comienza con la
emoción que se siente al trazar las letras que expresan nuestros sentimientos, y
que no termina hasta que la carta enviada ha sido leída por la persona
destinataria difícilmente encontrará sustituto en el hecho de recibir o enviar
un correo electrónico o los sustitutos que vayan surgiendo en el futuro.
En la literatura también es un importante
recurso que con frecuencia es utilizado por los autores. El género epistolar
nos acompaña desde hace ya mucho tiempo, y se remonta a los albores de la
Literatura. Podemos encontrar líneas enviadas por correspondencia como parte
del contenido de una novela, o incluso libros que están compuestos exclusivamente
por cartas.
Siempre es interesante apoyar lo
afirmado con algún ejemplo, y en este caso es extremadamente sencillo encontrar
libros que contengan al menos una carta en sus páginas. Por empezar
precisamente por ese hecho, un libro que contenga una carta, podemos recordar
el libro del autor austríaco Stefan Zweig, que se titula “Carta de una
desconocida” (consulta aquí su reseña). En este libro, el (reconozco ser repetitivo en este punto, pero
me parece tremendamente injusto) menos valorado de lo que su enorme talento
merece escritor nos presenta una novela corta cuyo contenido es básicamente una
sola carta.
En esa carta un escritor recibe la confesión de amor de una
mujer que será capaz de causar una especie de desgarro en el lector que se
aventure a disfrutar de la maravillosa composición que, como la mayor parte de
su obra, supone el libro de Zweig. (consulta aquí la biografía de Stefan Zweig)
Dado que este ejemplo nos trae
una carta de ficción, creo que no estaría de más recordar el siguiente libro,
que se trata de una recopilación de cartas reales que formaron parte de la
relación epistolar que entabló Helene Hanff en un principio de manera
clientelar con la librería Marks & Co. y poco a poco de manera más personal
con Frank, uno de los trabajadores de dicho establecimiento. "84 Charing Cross Road" es un libro
emotivo y entrañable, y sin duda una lectura que todo amante de la literatura
debe abordar, ya que además de disfrutar de las cartas transatlánticas
seguramente se sentirá identificado por el amor a los libros que se desprende
en cada carta. (puedes consultar aquí la reseña de "84 Charing Cross Road")
Del mismo sentimiento de amor a
los libros se alimenta nuestra siguiente visita. La necesidad (por ausencia de
librerías en su localidad) por parte de un desconocido (Dawsey Adams) hace que
le envíe una carta a Juliet Ashton (escritora de profesión y en búsqueda de
inspiración) con una petición peculiar. Dawsey ha leído un libro usado que
contenía la dirección de Juliet, y le pide que le facilite la dirección de
alguna librería londinense en la que encontrar más libros del mismo autor.
A partir de ahí se inicia una
relación en la que Juliet conoce a la sociedad que da título al libro (“La
sociedad literaria y el pastel de patata de Guernsey”), además de detalles
sobre el día a día de Guernsey, territorio británico en aquel entonces ocupado
por el ejército alemán. Se da la curiosidad de que la autora que pensó, comenzó
y trabajó con intensidad para terminarlo sufrió una enfermedad y no pudo
cumplir su sueño, que no era otro que verlo publicado. Así, Mary Ann Shaffer fue
relevada por su sobrina Annie Barrows, que dio los toques finales a un libro
que tiene mucho en común con el anterior, aunque en este caso basado en la
ficción.
También la novela histórica ha
echado mano en ocasiones del género que nos ocupa. Así, en “Memorias de Adriano”
Marguerite Yourcenar novela la vida de un emperador, que ya en su ocaso prepara
el relevo dirigiéndole una carta a su elegido como sucesor, Marco Aurelio, en
la que intenta ofrecerle todos sus conocimientos.
Del mismo modo, John Williams,
autor de la brillante “Stoner”, nos zambulle en el apasionante esplendor del
Impero Romano con “El hijo de César”. En dicha novela, el autor estadounidense
ofrece una visión excepcional de la época utilizando con maestría diferentes voces. Además de aportar datos, incluye su profundo
conocimiento del interior humano dotando a sus personajes precisamente de eso,
de una enorme humanidad. (reseña de "Stoner")
Es difícil incluir en unas líneas
ejemplos de cada uno de los géneros, pero sería injusto olvidar la importancia
que tuvieron las cartas en, por ejemplo, publicaciones como “Drácula”, de Bram
Stoker, o “Frankenstein o el moderno Prometeo”, de Mary Shelley.
Tampoco hemos de olvidar lo que
habitualmente sucede con muchos escritores: una vez fallecidos, y aprovechados
prácticamente todos sus textos publicables de todas las maneras imaginables,
los herederos de sus derechos utilizan la correspondencia que mantuvo el propio
autor con diferentes personas para publicar colecciones de las cartas. En este
caso podemos encontrar “Las cartas de amor inéditas a Matilde Urrutia”, en las
que Pablo Neruda declaraba su amor a su amante Matilde. También podemos incluir
en este grupo la correspondencia que mantuvo en su vida un personaje público genial,
brillante y (a mi modo de ver) un poco menos brillante como persona como se
puede vislumbrar en dichas cartas Julius Henry Marx. “Las cartas de Groucho”
contiene buena prueba de la capacidad de producir las contestaciones más
hilarantes e imaginativas en cualquier situación que se le presentase.
Por último queremos recordar esos
libros que reúnen diferentes cartas que, por uno u otro motivo, son documentos
dignos de leer, entre personajes que pasaron a la historia. Por ejemplo,
en “Cartas memorables”, Shaun Usher
recopila cartas de personajes tan variopintos como Leonardo Da Vinci, Fidel
Castro o Mario Puzo entre las que podemos descubrir la faceta más humana de los
personajes públicos.
Como hemos visto recordamos un
pequeño grupo de ejemplos de cartas que sirvieron como una parte o como un todo
en un libro, ya sea como recurso literario o como una simple colección de
correspondencia. Con ello nos trae a la mente la importancia que las cartas han
tenido a lo largo de la historia, y vemos que es un arte y una tradición que
imprime un carácter a la comunicación que difícilmente podrá ser sustituido por
innovaciones tecnológicas.
Seguramente cada uno de nosotros
echando la vista atrás recuerde haber visto su propio nombre en la cara
anterior de un sobre y la emoción que supone el disponerse a disfrutar del
contenido del sobre dependiendo del remite que contenga.