En la Literatura nos podemos
encontrar con un sinfín de personalidades y un sinfín de personajes diferentes
y con sus peculiaridades y particularidades;
muchos de ellos pasan por nuestra vida sin pena ni gloria, y entran en
el cajón de nuestro olvido en cuanto iniciamos la siguiente lectura. Sin
embargo, alguno de esos personajes es capaz de lograr que muchos lectores se
identifiquen plenamente con ellos, o que identifiquen su modo de actuar
llegándolo a mostrar como ejemplo de ello.
Tal es la manera en la que dichos
personajes son capaces de adquirir notoriedad, que el mero hecho de mencionar ciertos
nombres hace que los relacionemos inmediatamente con una determinada actitud
ante la vida, con una determinada característica, o incluso un determinado
calificativo, que se convierte en sinónimo del nombre del personaje literario.
Es extremadamente sencillo comprobar la veracidad de las anteriores afirmaciones y, por poner un ejemplo, podemos y solemos definir a una persona idealista capaz de luchar hasta el final por sus convicciones, aunque con escasas probabilidades de obtener éxito, como un personaje “quijotesco”. El genial autor español Miguel de Cervantes, de cuya muerte pronto se celebrarán cuatrocientos años, logró que se identifique a su Alonso Quijano con esos nobles aunque inocentes ideales en su “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” y su posterior “Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha”.
Del mismo modo, cuando hablamos
de una persona que ejerce su influencia deliberadamente para intentar que surja
el amor entre dos personas, con total
seguridad nos ha de venir a la mente el personaje atribuido a Fernando de Rojas
(no está del todo claro que la autoría del libro le corresponda a él) y que vio
la luz en los años en los que Cristóbal Colón estaba realizando sus viajes a
las que todavía se conocían erróneamente como “Las indias”, en la celebrada
“Tragicomedia de Calisto y Melibea”. En dicho libro los jóvenes son conducidos
con maestría y con grandes aunque poco ortodoxas artes por la madura Celestina, nombre que ha conseguido,
como el anterior, convertirse en adjetivo.
Saliendo de nuestras fronteras, y
haciendo un placentero viaje a la península itálica (como escenario de la
historia), nos encontramos a otros dos celebérrimos personajes, símbolos
imperecederos del amor romántico y pasional, que, como dice nuestro título,
trascienden a las páginas de un libro y forman parte de los diccionarios de una
buena cantidad de idiomas. Probablemente todos nosotros hayamos sido
calificados en algún momento de nuestra vida como un joven Romeo o como una enamorada Julieta
que William Shakespeare situó en Verona y nos dejó en herencia, al igual que
tantos otros personajes célebres que vieron la luz en sus obras.
Estos últimos personajes, (Romeo
y Julieta) son asociados casi con inmediatez a esa fase de la adolescencia en
la que los sentimientos empiezan a surgir con fuerza. Nos encontramos ante una
fase que podemos definir como productora de cambios en la personalidad. En el
caso opuesto nos encontramos con nuestro siguiente personaje, que permanece
impasible en su condición de niño, y cuyo nombre, además de definir un rasgo de
personalidad, llega incluso a servir como un trastorno psicológico. Se trata de
Peter Pan.
Como todos los escritores que
hemos mencionado en estas líneas, Vladimir Nabokov probablemente jamás llegó a
imaginar que el personaje que resultó decisivo en su carrera se convertiría en
un adjetivo tan extendido como realmente sucedió. La obsesión descrita por
Nabokov, aquélla que sintió Humbert Humbert hacia la adolescente en la que veía
una mezcla de inocencia, atractivo, seducción y provocación, fue plasmada por
el autor ruso en la obra que recibe el título de la protagonista de la
obsesión, de la obra y del adjetivo con el que se describe desde entonces a las
personas con las características mencionadas: Lo-li-ta.
Es curioso ver la cantidad de
personajes literarios (los mostrados en estas líneas son una ínfima muestra)
que han calado tan hondo que llegan a servir para engrosar los tomos de los
diccionarios de muchos idiomas. Así, si buscamos en el diccionario la palabra robinsón, nos encontraremos con la
definición “Hombre que en la soledad y sin ayuda ajena llega a bastarse por sí
mismo”, tal y como logró el personaje creado por Daniel Defoe (y probablemente
basado en personaje real) en los primeros años del siglo XVIII, y que logró
convertirse en universal, ya que todos conocemos las aventuras de Robinson
Crusoe.
Lo escrito en estas páginas no es
más que una minúscula muestra de personajes literarios que consiguen formar
parte de nuestra vida cotidiana, aunque sirve como una prueba más de lo que la
Literatura nos ha aportado, nos aporta y nos seguirá aportando en el futuro todas
y cada una de las culturas que pueblan nuestro planeta.