Como hemos visto en anteriores
ocasiones, un libro que obtiene un gran éxito es susceptible de ser modelo para
una buena cantidad de nuevos títulos que se aprovechan de alguna manera de su
tirón en las listas de éxitos.
Ya sea imitando la estética de su
cubierta, o incluso aprovechando la imagen de la portada (en esta entrada hablamos más extensamente de este tema), los posibles lectores ven llamada su
atención hacia multitud de libros que evocan el ejemplar que ha sido vendido una
buena cantidad de veces en alguna de las últimas temporadas.
La misma estrategia se sigue en cuanto
a la elección del título del libro. Con toda certeza, a la mayoría de nosotros
nos ha llamado la atención un libro con una sonoridad similar a otro de mayor
éxito.
Por poner un ejemplo, hace unos
años el fulgurante éxito de la novela de Dan Brown “El código da Vinci” llevó a
las estanterías de las librerías de todo el mundo novelas con un argumento
similar (que posiblemente se encontrasen en el archivo de alguna editorial) y a
las que fueron asignados títulos como “El último secreto de Da Vinci”, "El código secreto", "El viaje secreto de Leonardo da Vinci", u otros que invitan a evocar el argumento del Best
Seller.
Más recientemente hemos visto
cómo gran parte de los expositores de las papelerías se llenaron de sombras, de
esposas y de sumisiones, gracias a (o por culpa de) los millones de ejemplares
que E.L. James consiguió vender de la trilogía que inició con “50 sombras de
Grey”, y que terminó convirtiéndose en un fenómeno de masas sin precedentes.
Por otro lado, también es posible
encontrar libros escritos por diferentes escritores que comparten el mismo
título, e incluso alguno de ellos llegan son títulos usados por más de dos escritores. En los últimos años, en el momento en el que oímos hablar de “El mundo
perdido”, seguramente llega a nuestra mente la imagen del libro escrito por
Michael Crichton y que sirvió de argumento a la taquillera película “Jurassic
Park”. Sin embargo, antes de la publicación de ese éxito de Crichton, la
mención del título “El mundo perdido” hubiese llevado al lector al libro de argumento
similar escrito por Arthur Conan Doyle décadas antes.
Similares sensaciones nos
producirá el título “El alquimista”, libro que hizo multimillonario al escritor
brasileño Paulo Coelho, y que convirtió su carrera en una concatenación de best
sellers. Años antes Howard Philips Lovecraft escribió un relato de mismo nombre;
del mismo modo, Alejandro Dumas padre también publicó una obra de teatro con el
título que nos ocupa. Seguramente para hacer compañía a sus colegas, Michael Scott también nombró uno de sus títulos de la saga de Nicolas Flamel de la misma manera.
También hay títulos recurrentes
para diferentes autores, además de sufrir diferentes derivaciones. Uno de los
claros ejemplos de este último caso es el título “El libro de los muertos” que,
además de ser un libro de Patricia Cornwell, también es el nombre elegido por
otros autores como Douglas Preston y Lincoln Child. También nos podemos encontrar con una buena lista de libros con títulos similares, como pueden ser “El libro egipcio de los muertos”, “El libro de los muertos de los antiguos
egipcios”, etc.
Más común es la concordancia
entre títulos formados por una sola palabra, que llegan a ser usadas hasta la
extenuación. La palabra “Resurrección” fue elegida como explícito título de uno
de los libros de Leon Tolstoi. Posteriormente, esa palabra con connotaciones
tan fantásticas también resultó elegida para nombrar los relatos de, al menos,
Lea Tobery, Craig Russell, Luis Casanare, Ian Rankin… Probablemente sea
utilizado recurrentemente en el futuro, así como otras palabras “fetiche”.
Expresiones similares son utilizadas continuamente, e incluso algunas en géneros tan diferentes como novela romántica, novela de terror o incluso novela erótica. Uno de esos términos usados sin descanso es "Posesión", "Forever", "Secuestro", y muchas más.
Los autores no tienen manera de dar exclusividad al título de un libro, ya que no está sujeto a Copyright. Para paliar esta especie de
descontrol en el tema de los títulos de libros, en 1966 la cadena de papelerías
británica W. H. Smith creó el código SBN. Siguiendo el ejemplo de dicho código,
en 1970 se creó el código internacional ISBN (International Standad Book Number
o Número Internacional Normalizado del
Libro), un número en un principio de diez dígitos y en la actualidad de
13 que sirve para identificar el libro y la edición con un código individual.
El ISBN, al que podemos considerar como la "huella dactilar" de un libro, lo encontramos en todos
los libros editados desde entonces (en los últimos años acompañado de un código de barras que facilita mucho el trabajo al librero), pero probablemente no sea el instrumento definitivo que impida que continúen los malentendidos entre algunos títulos de
libros.