Como sucede en todas las
profesiones, y de forma habitual en todas las facetas de esta vida, las amistades y enemistades
entre personas están a la orden del día. En la Literatura, debido a que la vida
de los escritores es menos privada que la de la mayoría de las personas, llegamos a conocer algunas situaciones curiosas tanto en un aspecto como en el otro.
Podemos empezar por los
escritores alemanes Hermann Hesse y Thomas Mann, personas probablemente antagónicas en su forma de ser, el
último de ellos un ser extrovertido y sociable, apasionado de la vida social y el
primero más reflexivo y reservado, amante de su privacidad y crítico con los aspectos sociales más
superficiales. Un encuentro en el despacho del editor de ambos supuso el inicio
de una amistad tan duradera como inesperada.
En una carta enviada por Hesse
para felicitar a Mann su 75 cumpleaños, y al recordar el momento en el que se
conocieron, Hermann lo describió de esta manera:
“A decir verdad, no nos
parecíamos mucho; eso ya se veía en la ropa y en los zapatos”.
A pesar de dichas diferencias,
encontraron puntos comunes que les llevó a compartir largas conversaciones
enriquecedoras para ambas partes, así como períodos estivales en
Montagnola, la localidad Suiza que Hesse
había elegido como lugar de residencia habitual.
Las críticas que Mann hizo públicas hacia el
régimen de Hitler lo llevaron a abandonar su país; a raíz de dicha discrepancia
sufrió un terrible acoso por parte del régimen, similar al sufrido por otros
intelectuales, que le llevó incluso hasta la pérdida de su nacionalidad. Tras
ello no tuvo más remedio que comenzar un exilio que lo llevó a vivir en diversos países, aunque pasó los últimos años
de su vida en Suiza.
Ese largo exilio no impidió que los dos célebres autores siguiesen con la intensa y lúcida comunicación postal que habían iniciado bastantes años atrás, y que se prolongó durante nada menos que cuarenta y cinco años. La relación epistolar se vio truncada tan solo por la muerte de Mann en 1955, y a gran parte de esas cartas tenemos acceso desde 1977, fecha en la que fueron publicadas.
Otros dos brillantes escritores,
en este caso de literatura fantástica, compartieron algo más que género y
época. Se trata de John Ronald Reuel (J.R.R.) Tolkien y Clive Staples (C.S.) Lewis.
En el año 1925, coincidieron los futuros escritores en la facultad de filología
inglesa de la prestigiosa Universidad de Oxford.
Ejercían en dicha universidad como profesores, y se dice que el considerado más brillante de ellos era Lewis; los comienzos de su relación personal no fueron sencillos, ya que habitualmente sus opiniones se enfrentaban debido a sus respectivas convicciones religiosas. Sin
embargo, poco a poco fueron entablando una amistad que les llegó a permitír corregir mutuamente sus respectivos trabajos literarios.
También fundaron y fueron miembros de un club
literario (los Inklings) que se reunía cada viernes en un pub local para
recitar sus respectivos escritos. Cuentan las malas lenguas que, en una ocasión
en la que Tolkien era el encargado de leer su escrito, Lewis exclamó: “¡Oh, no!
Otra maldita historia de elfos…”.
Así, durante largos años la
amistad de los dos autores sirvió como acicate a sus ya de por sí espléndidas
imaginaciones.
Es ampliamente conocida la relación amistosa que, nacida en la bohemia París de principios del siglo XX, entablaron Gertrude
Stein y Ernest Hemingway. Gertrude se solía relacionar con nombradísimas
personalidades del mundo de la cultura de la época, e incluso jugó el papel de
mecenas con artistas tales como Picasso (que llegó a hacerle un retrato),
Matisse, Monet, Cezanne…
La acaudalada Stein, además de con prometedores artistas de la pintura, se relacionó con celebridades
del mundo de la literatura, entre muchos otros figuras de la talla de Francis Scott Fitzgerald, el irlandés James
Joyce, y un principiante Hemingway. Entablaron una intensa relación amistosa,
siendo considerada por Ernest como una hermana. Diversos analistas observan una
influencia recíproca en la obra de los dos autores, y en el ámbito más personal
Gertrude se convirtió en la madrina del primogénito de Ernest Hemingway, John Hadley.
Sin embargo, llegó a producirse
un alejamiento entre los dos a raíz del abandono que inició Hemingway del
ambiente parisino, (y en consecuencia, de los círculos de Stein). El
enfriamiento se convirtió en enfrentamiento en 1926 al ser publicada la novela
de Ernest Hemingway “Torrentes de primavera”, en la que hacía comentarios no
favorecedores sobre la obra de Stein “Ser norteamericanos”.
La relación entre ambos quedó
plasmada para la posteridad en la obra de Hemingway “París era una fiesta”, en
la que describe conversaciones que mantuvieron, y de cuyas líneas salió la
etiqueta con la que pasaría a la historia la generación de escritores más
brillante de principios del siglo: Stein los llamó “La generación perdida”. (pincha aquí si quieres saber más sobre la Generación Perdida)
La complicada personalidad de
Hemingway llevó también su amistad con otro de los componentes de la Generación
Perdida, Francis Scott Fitzgerald, a convertirse en un lejano recuerdo.
El escritor de “El gran Gatsby”
(pincha aquí si quieres ver la reseña de "El Gran Gatsby") pasó una época difícil, en la que un bache creativo se unió a problemas de
salud de su amada esposa Zelda (mujer que Hemingway aborrecía), y las crudas
críticas recibidas por parte de su amigo Ernest hicieron crecer un rencor en
Fitzgerald que se convirtió en odio con la publicación de “Las nieves del
Kilimanjaro”, cuando Hemingway acusó a Francis de “amar a los millonarios y
sentirlos de una raza superior”.
Tras la muerte de Fitzgerald,
Hemingway declaró: “Siempre he tenido un estúpido e infantil sentimiento de
superioridad ante Scott, como el de un chico duro y resistente que desprecia a
otro, más delicado quizá, pero con talento”.
Ya que estamos hablando de
amistades que se convirtieron en lo contrario, no está de más mencionar el
incidente que tuvo lugar entre dos de los más brillantes escritores de los
últimos años.
La acción nos sitúa el 12 de
febrero de 1976, en Ciudad de Méjico, en el estreno del documental
“Supervivientes de los Andes”. El narrador de dicho documental era ni más ni
menos que el ilustre Mario Vargas Llosa. Entre los asistentes se encontraba su
amigo desde hacía años, el no menos insigne Gabriel García Márquez.
Una vez terminado el documental,
se acercó Gabo con la intención de felicitar a su amigo y fundirse en un
abrazo. Lejos de ser correspondido en dicho abrazo, recibió un sonoro derechazo
que dejaría su ojo maltrecho para varios días. Mario le espetó: “Por lo que le
hiciste a Patricia”.
Tras muchos rumores sobre el motivo
de tal afrenta y el inicio de una enemistad que perdura en estos días, parece
ser que un comentario hecho por Gabriel García Márquez a Patricia (la mujer de
Mario Vargas Llosa) fue interpretado como una invitación a tener una aventura
amorosa con él. A falta de confirmación de cualquiera de los dos implicados
(dado el precario estado de salud de Gabo se antoja imposible) daremos por
buena la anterior versión, revelada por el escritor Plinio Apuleyo Mendoza.
Al margen de relaciones más o
menos íntimas, también se dan enemistades entre escritores en el terreno
público, con descalificaciones de obras ajenas con más o menos gracia o tino.
Por ejemplo, al parecer Mark
Twain tenía un concepto bastante bajo de la obra de Jane Austen, como lo
demuestran las siguientes palabras: “La sola omisión de la obra de Jane Austen
convertiría en bastante buena una biblioteca sin un solo libro. Cada vez que
leo Orgullo y perjuicio desenterraría a la autora y le pegaría en el cráneo con
su propia tibia”. Una forma un tanto peculiar de mostrar su desagrado con su colega.
Opinión similar debía despertar
lo escrito por Zola para el peculiar Oscar Wilde, que llegó a pronunciar:
“Monsieur Zola está decidido a demostrar que, si bien carece de genio, al menos
puede ser aburrido”.
Probablemente Jack Kerouac habría
eliminado de su lista de personas a invitar a Truman Capote, cuando,
refiriéndose a su obra, le dedicó las siguientes palabras: “Lo que hace Kerouac
no es literatura, es mecanografía”.
Por último, volvemos con el
incombustible Hemingway, capaz de codearse en las más arduas polémicas. De él
dijo el gran William Faulkner: “Jamás ha utilizado una palabra que pudiese
mandar al lector en busca de un diccionario”.
Como la larga lista de antecedentes presagiaba, era muy difícil
que Hemingway aguantase la ofensa sin contestar, así que dedicó a Faulkner lo
siguiente: “Pobre Faulkner, ¿de veras cree que las grandes emociones surgen de
las grandes palabras?”
En fin, como decíamos al
principio, hay relaciones personales de diferentes tipos, y relaciones públicas
más o menos tensas. Todo ello nos proporciona alguna que otra anécdota, que por
supuesto se encuentra en un plano tremendamente inferior al interés que
despiertan en nosotros los grandes escritores mencionados.