La profesión o vocación de
escritor suele contener entre sus miembros a un buen porcentaje de personas
apasionadas, que son capaces de imprimir la mayor de las intensidades a su modo
de vida. Como consecuencia de ello, algunos de esos escritores emprenden caminos
que los llevan a vivir una existencia con ciertas dosis de turbulencia, llegando en
algunos casos a convertirse en adictos a diversas sustancias.
Además, algunos de ellos se
encontraban e incluso hicieron uso de los efectos que en ellos producían dichas
sustancias para generar parte de su obra literaria, mientras que otros se
limitaron a separar sus escritos de sus vicios.
Podemos empezar a recordar las
adicciones de algunos escritores fijándonos en la, probablemente, más aceptada
de ellas en la sociedad actual: el alcohol. Así, uno de los más representativos
escritores del siglo XX, Ernest Hemingway, era un consumado, conocido y célebre bebedor, y cuyo
afán por consumir un Dry Martini tras otro le acompañó en cada jornada durante gran parte de su vida.
Cuenta la leyenda que Hemingway,
cliente habitual del Petit Bar del Ritz (hoy llamado Bar Hemingway) de la
capital francesa, una vez consumada la derrota de los alemanes y, por tanto,
conseguido el final de la ocupación de Francia en la Segunda Guerra Mundial, se
presentó armado en dicho bar con intención de expulsar a los miembros de la
Luftwaffe que lo usaban como centro de operaciones. Una vez llegó al local, y habiendo
comprobado que se encontraba en un
evidente abandono por los militares en retirada, se dispuso a celebrarlo
consumiendo su amada bebida; llegó a ingerir en esa jornada nada menos que
cincuenta Dry Martini.
También se suele contar una
anécdota que tiene los mismos protagonistas que la anterior, esto es, el
alcohol y Ernest Hemingway. En la década de los 20, frecuentaba también el Harry´s
New York Bar de París, en el que
trabajaba el barman Fernand “Pete” Petiot. El propio Petiot narró cómo inventó
un cocktail que se haría mundialmente famoso. Hemingway, por su parte, en la
década de los cincuenta, manifestó que dicho cocktail había sido inventado para
él, para que pudiese disimular los efectos de haber consumido grandes
cantidades de alcohol, y su esposa, Mary, no se percatase de ello. Si anotamos
que los ingredientes básicos eran Vodka, zumo de tomate, y diferentes especias,
seguramente nos venga a la mente el nombre con el que se conoce: Bloody Mary. Se
trata tan solo de una de las versiones de
la invención de dicho combinado, pero no deja de ser una curiosa
historia.
Si nos asalta la duda de si
Hemingway se valía del alcohol para producir sus libros, hemos de fiarnos de
sus propias palabras, ya que según él mismo afirmaba, se abandonaba a la bebida
una vez terminada su jornada literaria. A pesar de ello, llegó a pronunciar la
siguiente cita: “Escribe borracho, corrige sobrio”.
No es el mismo caso de otro de
los autores que logró el Premio Nobel de Literatura como el anterior, y que también
pertenecía a la Generación Perdida: William Faulkner. Hemingway decía de él que
era evidente que escribía bajo los efectos de la ingesta de alcohol, e incluso decía que era capaz de
reconocer los párrafos en los que su consumo se hacía evidente. El propio Faulkner
afirmaba a tal respecto lo siguiente: “Los instrumentos que
necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky”.
El alcoholismo destructivo
del genio estadounidense le trajo complicaciones durante toda su vida. Por
ejemplo, ése fue el motivo por el que su esposa decidió terminar con su
convivencia. El alcoholizado Faulkner hubo de instalarse entonces en un nada
lujoso hotel en el que escribió “Mientras agonizo”, una de sus más notables
obras. Se dice que en tres meses de productivo encierro, llegó a consumir la
nada despreciable cifra de tres cajas de bourbon.
Conocida es su
costumbre de escribir en largas sesiones, preferentemente nocturnas, en las que
era necesaria la iluminación artificial. En una de esas beodas jornadas, la
disminución de reflejos producida por lo ingerido pudo costarle muy cara ya
que, al intentar encender una lámpara de aceite, derramó su contenido sobre sí
mismo, produciéndose quemaduras de segundo grado.
Como vemos,
varias son las coincidencias de los dos autores mencionados: miembros de la
Generación Perdida, (más datos sobre esta generación aquí) y ambos autores tienen el honor de haber recibido el Premio
Nobel de Literatura. En lo que respecta a este premio, la casualidad hace
también que cinco de los siete receptores estadounidenses de dicho premio
sufrieron los estragos del alcoholismo al que nos referimos. A Faulkner y
Hemingway hemos de sumar a mi idolatrado John Steinbeck, a Sinclair Lewis y a
Eugene O´Neill.
Sin embargo, no
es preciso haber recibido el célebre galardón y ostentar la comentada
nacionalidad para sufrir los efectos de la adicción al alcohol. Encontramos
también autores entre la lista de los damnificados que no cumplían con al menos
uno de los requisitos anteriores. Así, Francis Scott Fitzgerald, sobresaliente autor
de “El gran Gatsby”, (puedes visitar la reseña aquí) arrastró su adicción desde su adolescencia hasta su
muerte. Ello le hizo considerarse un escritor fracasado durante la mayor parte
de su vida (o quizás el sentirse un escritor fracasado lo llevó al
alcoholismo), y hubo de ser ingresado en numerosas ocasiones en hospitales por
intoxicaciones etílicas. La afición/adicción fue compartida con su compañera y
esposa Zelda, junto a la que formó una de las más carismáticas y estudiadas
parejas de la literatura mundial.
Los escritores
nombrados no son más que una pequeña muestra de que el alcoholismo tiene cierta
presencia en la Literatura, y son conocidas las adicciones de autores como
Victor Hugo, Graham Greene, Rubén Darío, Lope de Vega, Ovidio, Edgar Allan Poe,
y tantos otros.
Siendo el
alcoholismo una de las adicciones más conocidas y que suelen conocerse más
públicamente, no es ni mucho menos la única que tiene incidencia en los autores
literarios. Hay otro tipo de adicciones que, aunque suelen venir de la mano del
alcohol, no se acostumbran a relacionarlas con
los nombres de los escritores, pero que tienen cabida en estas líneas.
Por ejemplo, no
todo el mundo es conocedor del hecho de que las, probablemente, más conocidas
obras del autor de Best Sellers Stephen King fueron escritas bajos los efectos
del consumo de cocaína. Según él mismo manifestó, teniendo en cuenta que su
adicción se prolongó hasta el año 1987, no es capaz de recordar las horas de trabajo que dedicó a escribir obras
como “El resplandor”, “Carrie”, o “It”.
En una de
ellas, en “El resplandor”, el protagonista es un escritor alcohólico (Jack
Torrance) que acepta un trabajo de guarda en un hotel que quedará aislado
durante el invierno por la gran cantidad de nieve que impedirá cualquier
comunicación. Dicho personaje representa a un hombre atormentado por el alcohol
en el interior del hotel y por la nieve en el exterior del mismo. La
utilización de la nieve no es casual, ya que puede identificarse como el
símbolo del aislamiento que provocaba a King el consumo de cocaína.
Otro autor que
tuvo problemas con el consumo de drogas es Philip Kindred Dick (Philip K. Dick),
reconocido escritor (tras su muerte, ya que en vida obtuvo escaso
reconocimiento) dentro del género de la ciencia ficción. El consumo de diversas
sustancias psicotrópicas se alternó con cierta psicosis y paranoia que le hacía
sufrir extraños episodios que él identificaba como “revelaciones” o
comunicaciones divinas, que le llevaron incluso a vivir una realidad paralela
como Tomás, un cristiano del siglo I perseguido por los romanos.
No sabemos
hasta qué punto influyó cada ingesta en dichas psicosis, pero sí es un hecho
que su obra fue escrita bajo los efectos de las sustancias psicotrópicas. De él
nos quedarán decenas de libros y relatos, algunos de los cuales fueron llevados
a la gran pantalla, siendo el más conocido “¿Sueñan los androides con ovejas
eléctricas?”, que en el cine produjo una obra maestra del género, y que recibió
el título de “Blade Runner”.
También es
conocida la afición por la heroína que mantuvo durante gran parte de su vida el
transgresor William S. Burroughs, padre de la llamada “Generación Beat”. Dicha adicción
la plasmó en la recordada novela “Yonqui”, a través de su personaje
protagonista, William Lee, considerado su alter ego.
El estilo de
vida que llevó, experimentando con el consumo de numerosas sustancias
alucinógenas, chocó con la conservadora sociedad estadounidense de mediados del
Siglo XX, lo que le llevó a saciar sus vicios por numerosos países.
En Méjico,
durante una de sus ebrias experiencias, disparó y mató a su esposa, y fue
declarado inocente en juicio, en el que los hechos fueron considerados como un
desgraciado accidente. Sin embargo, ese hecho lo atormentó durante toda su vida,
que estuvo siempre influenciada por la búsqueda de nuevas experiencias con las
drogas, aunque siempre desaconsejó su uso al resto de los mortales.
Es necesario
indicar el diferente consumo que hicieron algunos escritores de diversas
sustancias. Desde un punto de vista muy alejado del “lúdico” o de la propia
adicción el escritor Aldous Huxley (“Un mundo feliz”) coqueteó con el mundo de
las drogas.
El uso como
instrumento de creación artística y como experimentación intelectual le llevó a
ingerir bajo supervisión médica LSD, bajo cuyos efectos escribió la obra “Las
puertas de la percepción”. A lo largo de los años volvió a usar la misma
sustancia hasta en una docena de ocasiones. Al final de su vida, tras sufrir
una dolorosa enfermedad, decidió pedirle a su mujer que le suministrase dicha
sustancia, para terminar en un estado menos consciente su vida.
A ellos hay que
sumar multitud de autores que, a lo largo de la historia, sufrieron los rigores
de la adicción a algún tipo de sustancia considerada droga. Nombres como William
Shakespeare, Truman Capote, Charles Baudelaire, Ayn Rand, Tennesse Williams,
Louise May Alcott, etc., vivieron en algún momento de su vida una adicción a
algún tipo de droga.
El realizar una
clasificación en dos grandes grupos (alcohol y drogas) no es más que un
ejercicio de comodidad, por ser las más abundantes en el mundo de las
adicciones. Sin embargo, también existen otras menos comunes, y seguramente más
curiosas que, dicen, sufrían o disfrutaban (según cómo se mire) algunos
autores.
Entre ellas,
habrá algún lector que se sienta identificado con Honoré de Balzac, que sentía
tal necesidad por la ingesta de cafeína, que llegó a tomarse la notoria
cantidad de cincuenta tazas de café diarias.
Menos probable
es encontrar a alguien que sienta la misma afición por observar lo que Charles
Dickens definía como “la atracción de lo repulsivo”, que no era otra cosa que
su obsesión por visitar morgues y examinar los procedimientos que se seguían
con los cadáveres.
El escritor
ruso Fiodor Dostoievski tuvo también problemas con la ludopatía, y las deudas
que adquirió con su hábito de jugárselo todo en la ruleta fueron en parte
subsanadas gracias a la publicación de su obra “El jugador”, que describe dicho
problema a la perfección.
El último caso
que vamos a visitar es, a mi modo de ver, el más singular, y que hace que vea
la figura del escritor irlandés James Joyce con otros ojos. Será difícil
encontrar a otra persona que, como él, disfrutase e incluso escribiese de forma
halagadora sobre las ventosidades (¿?) que tanto le atraían de su amada esposa
Nora.
En fin, como
hemos visto, se han hecho públicas aficiones y adicciones de diverso tipo, cosa
totalmente habitual en todas las profesiones, pero que al tratarse de
personajes públicos pueden hacer que veamos a algunos escritores de un modo más
terrenal.