La acción de este libro tiene su
base en un hecho que tuvo una tremenda repercusión en la sociedad japonesa de
los años cincuenta del siglo pasado: el incendio (provocado) que logró destruir
el carismático templo budista llamado “Pabellón de oro” (Kinkaku-ji, construido
en 1397), perteneciente al monasterio de Rokuonji, en la nipona ciudad de
Kioto. El incendio ocurrió en 1950, y cinco años más tarde se reconstruyó dicho templo.
El narrador y protagonista de la novela es
Mizoguchi, un poco agraciado joven que sufre tremendamente por la tartamudez
que impide prácticamente una comunicación normal con los demás. Mizoguchi nos narra
sus orígenes (hijo de un humilde y enfermizo monje), y cómo pasó la mayor parte
de su infancia lejos de su familia, con la obligación de vivir en casa de su
tío por la cercanía de la escuela.
Conoceremos hechos que van
haciendo mella en su carácter, un carácter cada vez más introspectivo, y cada
vez más aislado de su entorno. También nos contará cómo su padre intenta inculcarle el amor que siente por la belleza pura del “Pabellón de oro”, objeto de deseo y máximo exponente del modelo de belleza que lleva apreciando toda su vida.
Una vez que su padre cae
gravemente enfermo, hace valer su amistad con Tamaya Dosen, el prior del
monasterio de Rokuonji, en favor de su hijo. Gracias a ello, tras la muerte del padre Mizoguchi es
acogido por el prior, y es ordenado bonzo. El propio prior se encargará de
costearle los estudios en la Universidad de Kioto, poniendo a su alcance unas
oportunidades que jamás hubiese soñado. Poco a poco su ambición pasará a ser el convertirse algún día en el heredero del prior, para en un futuro poder suplirlo en su
cargo.
No obstante, la oscuridad de sus
pensamientos y su lucha contra sus propios demonios hará que dichas posibilidades se vayan diluyendo una a una,
mientras una idea se va fijando en su mente como alivio de todos los complejos
que lo atenazan.
Como decíamos al principio, Yukio
Mishima toma como narrador a un personaje que vivió los hechos que acabaron con
el Pabellón de Oro desde el interior del monasterio, y desarrolla la
personalidad de este individuo dotándolo de multitud de matices y complejidad.
Sin embargo, el argumento del
libro es quizás lo menos importante de lo escrito en él. La importancia reside
en cómo es capaz Mishima de transmitir los fantasmas internos del personaje… reside
en cómo es capaz de describir la belleza que alcanza a contemplar el hombre…
reside en cómo es capaz de transmitirnos tradiciones y ritos japoneses como si
los estuviésemos viviendo y como si los hubiésemos vivido desde siempre… reside
en cómo es capaz de imprimir belleza en su prosa hasta convertirla en poética
dotándolo de un lirismo desbordante… reside en cómo el autor trasladó su genial intelecto
dándole un valor incalculable a sus páginas…
Como ocurre con la mayor parte de la obra de Yukio Mishima, “El
pabellón de oro” está lleno de todos estos ingredientes, mezclados de manera magistral para regalarnos
una lectura pausada y deliciosa, en la que el qué cuenta es menos importante que el cómo
lo cuenta. Por supuesto, este libro también es una estupenda oportunidad para que el lector que
todavía no se adentró en el mundo Mishima pueda disfrutar de la prosa de uno de
los grandes escritores de los últimos tiempos.