Su fallecimiento produce más
inquietud sobre quién va a ocupar su privilegiado puesto en el ministerio y los
ascensos que acarreará en cadena ese movimiento que la pena de la pérdida de un
ser querido. Además, también está la incomodidad de ir a visitar a la viuda y
el mal trago de tener que atrasar la partida de ese día…
En esta novela corta tenemos el
privilegio de contar con un narrador omnisciente capaz de narrarnos al dedillo todos los hechos
y también lo que pasa por la cabeza de cada uno de los personajes. Tras una
breve exposición del velatorio de nuestro protagonista, llega el momento en el
que el todopoderoso narrador nos cuenta la vida de Iván. Y con ello nos
presenta una historia que, ciento cincuenta años después, se puede considerar
universal: la de una persona ambiciosa, que va logrando lo que se considera un
éxito social en su entorno y que no puede desear otra cosa que lo que tiene.
Aparentemente.
Sin embargo, la llegada de
problemas médicos sume a Iván Ilich en una laguna existencial en la que todas
las certezas se difuminan, y la búsqueda de su propio ser, de los momentos en
los que se puede decir que ha sido él mismo, ejercen sobre él un efecto
devastador. Tal vez más destructivo que la propia enfermedad que se niega a
alejarse. Las eternas preguntas suenan fuerte en su mente:
¿Qué he hecho con mi tiempo? ¿Qué
sí y qué no? ¿Qué siempre y qué nunca? ¿Qué todo y qué nada? Supongo que en
toda vida humana hay un momento al menos en el que uno se hace preguntas
similares a las que Iván se hace en el lecho de muerte, y las respuestas son
diversas a lo largo de cada existencia, y diferentes para cada persona. La
cuestión principal, tal vez, sea cómo convertimos la vida en un proceso de adaptación
a algo que probablemente no hubiésemos elegido en la infancia o la juventud. En
resumen, si aprovechamos o no nuestro tiempo en este planeta o por el contrario
perseguimos objetivos superficiales.
“La muerte de Iván Ilich” está
considerada una obra maestra de uno de los maestros de la escritura, y la
verdad, comprendo los motivos de esa distinción. Tolstoi es capaz de expresar
en un párrafo un mensaje que a otros autores les puede llevar un libro exponer. Así
que su escritura está llena de poso, de profundidad, de reflexión, de cuestionamientos
lúcidos y brillantes. No existen diferentes palabras para los grandes autores
de la Literatura, pero tal vez debería haberlos. Literatura en mayúsculas es lo
único a lo que podemos agarrarnos al hablar de Tolstoi. Como última puntualización, he de destacar la bonita edición que, para los que conocen a la editorial Nórdica y su buen gusto al presentar un libro, ya no resulta sorpresa pero siempre resulta agradable.