martes, 29 de julio de 2014

Cuentos no tan infantiles


Desde niños todos hemos oído y leído la más variopinta colección de cuentos populares infantiles. Algunos de ellos datan de hace ya cientos de años, y están basados en las historias que se hicieron populares en su momento y que se fueron transmitiendo de boca en boca hasta que algún autor decidió plasmarlo en las páginas de una publicación, ya sea aportando su toque personal o reflejando fielmente la tradicional historia.

Se da la circunstancia de que el mismo cuento, según quién nos lo haya contado, toma diferentes matices, y las historias pueden llegar a tener poco en común. Por empezar con algún ejemplo, se le asigna a “Caperucita Roja” variopintos orígenes medievales: desde un posible origen francés hasta un pasado japonés, pasando por las tradiciones alemanas e italianas.

Lo cierto es que el francés Charles Perrault fue el primer escritor que plasmó la historia de esta  niña que inicia un peligroso trayecto por el bosque. Ya en 1697 lo incluyó en un volumen de cuentos (“Cuentos de Mamá Oca”), en el que nos presentó a una Caperucita que acaba su vida siendo devorada por el lobo. El bueno de Charles decidió suprimir algunas partes violentas de las versiones populares anteriores (alguna de ellas afortunadamente).  Entre dichas supresiones, Perrault obvió connotaciones sexuales y lo más chocante probablemente fuese  el hecho de que el lobo, haciéndose pasar por la abuela, ofrece a una inocente Caperucita carne para comer y sangre para beber, que pertenecían al cuerpo de su propia abuela. Por el contrario, el final escrito por el autor francés acababa con la niña siendo devorada tras perderse en el bosque.

Tras varias versiones de los hechos relatados, la mayoría compartiendo final y con detalles más escabrosos de los que nos suelen llegar a nosotros, los Hermanos Grimm decidieron pintar la historia con un tono más esperanzador, e introdujeron la figura por todos conocida del salvador leñador, que arrebata a las intactas víctimas del lobo de su vientre.

Es cierto que la historia de la niña que debe cruzar el bosque ante el peligro de los desconocidos malintencionados como el lobo es una de las más versionadas de la historia, y como prueba de ello recordaremos la versión del cuento que, en tono de humor, el escritor británico Roald Dahl publicó. En él nos encontramos con una Caperucita mucho menos inocente que las anteriores que termina el cuento sustituyendo su caperuza por una piel de lobo, tras haber acabado con éste de un disparo.

También es curioso comprobar cómo una versión de un cuento puede hacer olvidar las diferencias que mantiene con las anteriores historias basadas en los mismos personajes y que comparten la mayor parte del argumento. Con ello llegamos a uno de los cuentos del que más versiones se conocen: “La Cenicienta”. En total se tiene constancia de unos 700 cuentos diferentes en los que aparece el conocido personaje. Tal y como pasa con el cuento de Caperucita Roja, ciertos aspectos se van suavizando de una versión a otra, y nos sorprende el hecho de que en casi la mitad de las versiones conocidas del cuento la protagonista huía de su hogar para evitar casarse con su propio padre, un dato que resultaría incomprensible para el público actual del cuento: los niños.

De las numerosas versiones, la primera de ellas procede nada menos que de China en el siglo IX. En dicha versión, ante la ausencia de la figura del príncipe, en una fiesta la protagonista pierde un zapato de oro, y un rico mercader se casa con ella al comprobar que es la única persona capaz de calzarse un zapato tan pequeño. Cabe recordar que en la cultura oriental tradicionalmente el poseer un pie lo más pequeño posible siempre fue considerado un síntoma de belleza.

Más moderna es la versión de los Hermanos Grimm, y con ello veremos cómo el cuento fue evolucionando, ya que según los hermanos alemanes, el príncipe decide casarse con una de las hermanastras, y fueron felices y comieron perdices hasta que…. el propio príncipe descubre que la hermanastra, al igual que su hermana, para que su pie entrase en el zapato de cristal, se había amputado un dedo. El castigo que reciben las malhechoras será culminado por unas macabras aves que las dejan ciegas tras picotear sus ojos.

Podemos comprobar que hechos como el que acabamos de relatar no tendrían cabida en el próximo método (y probablemente el más efectivo) de evolución en los cuentos: el cine. A nadie se le ocurriría pensar que en una película de Disney o similar apareciesen hechos tan escabrosos como los mencionados. Probablemente nuestra generación y las posteriores vean como la versión más correcta la que han visto en la pequeña o la gran pantalla.

Como veremos a continuación, las diferencias de los relatos que fueron llevados al cine con los relatos tradicionales tienen grandes diferencias. Por ejemplo, el primer largometraje de los estudios propiedad de Walter Elias Disney fue “Blancanieves”. De las versiones anteriores del cuento, nos quedamos con las diferencias que apreciamos con respecto a la versión relatada por los Hermanos Grimm. En ésta, la Reina exige al cazador que le traiga pruebas de la muerte de Blancanieves. El cazador le lleva vísceras de cerdo, que son ávidamente devoradas por una iracunda reina.

También existen diferencias con el final, ya que la relación de Blancanieves con el príncipe se limita a una vez fallecida; el príncipe la observa en una urna de cristal, y no puede evitar  secuestrar el cuerpo de la bella joven y huir a lomos de su caballo. El ajetreo consigue que el trozo de manzana sea expulsado y la joven vuelva a la vida. A la boda es invitada la Reina malvada, y es obligada a calzarse unos hermosos zapatos confeccionados en hierro por el príncipe, y que se conservan cuidadosamente en el fuego. La vida de la celosa reina acaba tras un cruel baile con esos curiosos zapatos.


Sería difícil reconocer la historia de Talía, en el cuento publicado por Giambattista Basile en 1636, en el que “La Bella Durmiente”, una vez se ha pinchado su dedo con una astilla venenosa e iniciado su largo letargo, es violada por el joven noble/rey/príncipe. De tan macabra relación nacen dos gemelos: Sol y  Luna. Uno de sus retoños chupa el dedo de Talía, y extrae la astilla venenosa, con lo que el sueño de la Bella Durmiente llega a su fin.

Las versiones que, como en los anteriores cuentos, tomamos como “de cabecera”, o sea, las de Perrault y los Hermanos Grimm, coinciden en gran parte de los puntos relatados, y con ellas la película más famosa, la de la factoría Disney. Sin embargo, al contrario que en la versión de los hermanos alemanes, Perrault sigue su relato tras la boda de los príncipes, y se asemeja al de Basile en cuanto a su descendencia, y la intención de la Reina de cocinar y devorar a los bebés, y acabar con la vida de la Bella Durmiente.


En un principio los cuentos no eran ni mucho menos historias pensadas para contar a los niños, sino que sus argumentos entretenían a los adultos en las plazas de los pueblos medievales. Su evolución fue continua, y una historia es poco coincidente con la misma historia contada un par de siglos más tarde.

En los últimos tiempos esa evolución, como hemos visto, se vio acelerada por la aparición de esas historias en los cines, y ahora se nos hace difícil imaginarse a la Sirenita morir convertida en espuma y al príncipe Eric casado con otra mujer. 

En la factoría Disney son conscientes de que ver a Esmeralda muerta y a Quasimodo abrazado a su cadáver hasta que también fallece, tal y como Víctor Hugo ideó en “Nuestra Señora de París” (la historia en la que se basa la película) sería un trance difícil de digerir para el público al que van dirigidas las películas, así que incluyeron un ya habitual y casi imprescindible final feliz. Es curioso ver cómo éstas y otras historias toman diferentes matices, que no está de más recordar de vez en cuando.