viernes, 18 de octubre de 2013

Amigos y enemigos íntimos.

Como sucede en todas las profesiones, y de forma habitual en todas las facetas de esta vida, las amistades y enemistades entre personas están a la orden del día. En la Literatura, debido a que la vida de los escritores es menos privada que la de la mayoría de las personas, llegamos a conocer algunas situaciones curiosas tanto en un aspecto como en el otro.

Podemos empezar por los escritores alemanes Hermann Hesse y Thomas Mann, personas probablemente antagónicas en su forma de ser, el último de ellos un ser extrovertido y sociable, apasionado de la vida social y el primero más reflexivo y reservado, amante de su privacidad y crítico con los aspectos sociales más superficiales. Un encuentro en el despacho del editor de ambos supuso el inicio de una amistad tan duradera como inesperada.


En una carta enviada por Hesse para felicitar a Mann su 75 cumpleaños, y al recordar el momento en el que se conocieron, Hermann lo describió de esta manera:

“A decir verdad, no nos parecíamos mucho; eso ya se veía en la ropa y en los zapatos”.

A pesar de dichas diferencias, encontraron puntos comunes que les llevó a compartir largas conversaciones enriquecedoras para ambas partes, así como períodos estivales en Montagnola,  la localidad Suiza que Hesse había elegido como lugar de residencia habitual.

 Las críticas que Mann hizo públicas hacia el régimen de Hitler lo llevaron a abandonar su país; a raíz de dicha discrepancia sufrió un terrible acoso por parte del régimen, similar al sufrido por otros intelectuales, que le llevó incluso hasta la pérdida de su nacionalidad. Tras ello no tuvo más remedio que comenzar un exilio que lo llevó a vivir en  diversos países, aunque pasó los últimos años de su vida en Suiza.

Ese largo exilio no impidió que los dos célebres autores siguiesen con la intensa y lúcida comunicación postal que habían iniciado bastantes años atrás, y que se prolongó durante nada menos que cuarenta y cinco años. La relación epistolar se vio truncada tan solo por la muerte de Mann en 1955, y  a gran parte de esas cartas tenemos acceso desde 1977, fecha en la que fueron publicadas.

Otros dos brillantes escritores, en este caso de literatura fantástica, compartieron algo más que género y época. Se trata de John Ronald Reuel (J.R.R.) Tolkien y Clive Staples (C.S.) Lewis. En el año 1925, coincidieron los futuros escritores en la facultad de filología inglesa de la prestigiosa Universidad de Oxford.

Ejercían en dicha universidad como profesores, y se dice que el considerado más brillante de ellos era Lewis;  los comienzos de su relación personal no fueron sencillos, ya que habitualmente sus opiniones se enfrentaban debido a sus respectivas convicciones religiosas. Sin embargo, poco a poco fueron entablando una amistad que les llegó a permitír corregir  mutuamente sus respectivos trabajos literarios.

También fundaron y fueron miembros de un club literario (los Inklings) que se reunía cada viernes en un pub local para recitar sus respectivos escritos. Cuentan las malas lenguas que, en una ocasión en la que Tolkien era el encargado de leer su escrito, Lewis exclamó: “¡Oh, no! Otra maldita historia de elfos…”.

Así, durante largos años la amistad de los dos autores sirvió como acicate a sus ya de por sí espléndidas imaginaciones.

Es ampliamente conocida la relación amistosa que, nacida en la bohemia París de principios del siglo XX, entablaron Gertrude Stein y Ernest Hemingway. Gertrude se solía relacionar con nombradísimas personalidades del mundo de la cultura de la época, e incluso jugó el papel de mecenas con artistas tales como Picasso (que llegó a hacerle un retrato), Matisse, Monet, Cezanne…

La acaudalada Stein, además de con prometedores artistas de la pintura, se relacionó con celebridades del mundo de la literatura, entre muchos otros figuras de la talla de Francis Scott Fitzgerald, el irlandés James Joyce, y un principiante Hemingway. Entablaron una intensa relación amistosa, siendo considerada por Ernest como una hermana. Diversos analistas observan una influencia recíproca en la obra de los dos autores, y en el ámbito más personal Gertrude se convirtió en la madrina del primogénito de Ernest Hemingway, John Hadley.  

Sin embargo, llegó a producirse un alejamiento entre los dos a raíz del abandono que inició Hemingway del ambiente parisino, (y en consecuencia, de los círculos de Stein). El enfriamiento se convirtió en enfrentamiento en 1926 al ser publicada la novela de Ernest Hemingway “Torrentes de primavera”, en la que hacía comentarios no favorecedores sobre la obra de Stein “Ser norteamericanos”.

La relación entre ambos quedó plasmada para la posteridad en la obra de Hemingway “París era una fiesta”, en la que describe conversaciones que mantuvieron, y de cuyas líneas salió la etiqueta con la que pasaría a la historia la generación de escritores más brillante de principios del siglo: Stein los llamó “La generación perdida”. (pincha aquí si quieres saber más sobre la Generación Perdida)

La complicada personalidad de Hemingway llevó también su amistad con otro de los componentes de la Generación Perdida, Francis Scott Fitzgerald, a convertirse en un lejano recuerdo.

El escritor de “El gran Gatsby” (pincha aquí si quieres ver la reseña de "El Gran Gatsby") pasó una época difícil, en la que un bache creativo se unió a problemas de salud de su amada esposa Zelda (mujer que Hemingway aborrecía), y las crudas críticas recibidas por parte de su amigo Ernest hicieron crecer un rencor en Fitzgerald que se convirtió en odio con la publicación de “Las nieves del Kilimanjaro”, cuando Hemingway acusó a Francis de “amar a los millonarios y sentirlos de una raza superior”.

Tras la muerte de Fitzgerald, Hemingway declaró: “Siempre he tenido un estúpido e infantil sentimiento de superioridad ante Scott, como el de un chico duro y resistente que desprecia a otro, más delicado quizá, pero con talento”.

Ya que estamos hablando de amistades que se convirtieron en lo contrario, no está de más mencionar el incidente que tuvo lugar entre dos de los más brillantes escritores de los últimos años.

La acción nos sitúa el 12 de febrero de 1976, en Ciudad de Méjico, en el estreno del documental “Supervivientes de los Andes”. El narrador de dicho documental era ni más ni menos que el ilustre Mario Vargas Llosa. Entre los asistentes se encontraba su amigo desde hacía años, el no menos insigne Gabriel García Márquez.

Una vez terminado el documental, se acercó Gabo con la intención de felicitar a su amigo y fundirse en un abrazo. Lejos de ser correspondido en dicho abrazo, recibió un sonoro derechazo que dejaría su ojo maltrecho para varios días. Mario le espetó: “Por lo que le hiciste a Patricia”.

Tras muchos rumores sobre el motivo de tal afrenta y el inicio de una enemistad que perdura en estos días, parece ser que un comentario hecho por Gabriel García Márquez a Patricia (la mujer de Mario Vargas Llosa) fue interpretado como una invitación a tener una aventura amorosa con él. A falta de confirmación de cualquiera de los dos implicados (dado el precario estado de salud de Gabo se antoja imposible) daremos por buena la anterior versión, revelada por el escritor Plinio Apuleyo Mendoza.

Al margen de relaciones más o menos íntimas, también se dan enemistades entre escritores en el terreno público, con descalificaciones de obras ajenas con más o menos gracia o tino.

Por ejemplo, al parecer Mark Twain tenía un concepto bastante bajo de la obra de Jane Austen, como lo demuestran las siguientes palabras: “La sola omisión de la obra de Jane Austen convertiría en bastante buena una biblioteca sin un solo libro. Cada vez que leo Orgullo y perjuicio desenterraría a la autora y le pegaría en el cráneo con su propia tibia”. Una forma un tanto peculiar de mostrar su desagrado con su colega.

Opinión similar debía despertar lo escrito por Zola para el peculiar Oscar Wilde, que llegó a pronunciar: “Monsieur Zola está decidido a demostrar que, si bien carece de genio, al menos puede ser aburrido”.

Probablemente Jack Kerouac habría eliminado de su lista de personas a invitar a Truman Capote, cuando, refiriéndose a su obra, le dedicó las siguientes palabras: “Lo que hace Kerouac no es literatura, es mecanografía”.

Por último, volvemos con el incombustible Hemingway, capaz de codearse en las más arduas polémicas. De él dijo el gran William Faulkner: “Jamás ha utilizado una palabra que pudiese mandar al lector en busca de un diccionario”.

Como la larga lista de antecedentes presagiaba, era muy difícil que Hemingway aguantase la ofensa sin contestar, así que dedicó a Faulkner lo siguiente: “Pobre Faulkner, ¿de veras cree que las grandes emociones surgen de las grandes palabras?”

En fin, como decíamos al principio, hay relaciones personales de diferentes tipos, y relaciones públicas más o menos tensas. Todo ello nos proporciona alguna que otra anécdota, que por supuesto se encuentra en un plano tremendamente inferior al interés que despiertan en nosotros los grandes escritores mencionados.