lunes, 22 de octubre de 2012

El escritor y el suicidio.



De todos es sabido que el artista suele ser una persona intensa, apasionada, cuyas tormentas interiores no hacen sino mejorar su obra; de hecho, muchas de las más grandes obras artísticas de la humanidad fueron creadas por seres con equilibrio mental o físico  precario.

Los escritores vienen a corroborar esas palabras, pues en la historia de la Literatura numerosos son los casos de autores con problemas de personalidad (conocidos son los casos de hipocondría de Voltaire, Kant, Tolstói, Molière, etc), y otras enfermedades que influyeron en su obra (la tuberculosis de Kafka también influyó en las líneas que escribió). La soledad en la que se suele envolver el escritor para crear su obra, también es propicia para la aparición de posibles patologías.

De hecho, hay numerosos casos de escritores que, tras no superar sus depresiones o problemas interiores, decidieron acabar sus días de forma drástica, eliminando la posibilidad de desarrollar su talento.

Los hay que decidieron acabar con su vida por problemas sentimentales, como es el caso de Mariano José de Larra, que se disparó tras ser rechazado por su amada Dolores Armijo.  También la poeta norteamericana Sylvia Plath, que meses después de sufrir la separación de su marido, decidió acabar con su vida inhalando gas.


También se cuentan los que decidieron poner fin a sus días por  problemas de salud, como se piensa hizo Ernest Hemingway, diagnosticado de la enfermedad de Alzheimer. También el escritor uruguayo Horacio Quiroga, tras sufrir terribles dolores por el cáncer terminal que sufría, decidió beber un vaso de cicuta y acabar con ellos. En el mismo caso se encontraba Jack London, dolores fortísimos que combatía con morfina, y que una cantidad demasiado grande de esa sustancia provocó su muerte.

Entre los casos más extraños se encuentra la muerte del escritor japonés Yukio Mishima, que decidió en 1970 aplicarse el seppuku (suicidio ritual japonés con decapitación posterior por parte de un asistente), hastiado por la degradación moral que, a su modo de ver, sufría la sociedad japonesa de la posguerra. Un coetáneo de Mishima, el ganador del Premio Nóbel Yasunari Kawabata, decidió dos años más tarde, tras haber rechazado públicamente el suicidio, acabar con su vida sin más explicación. De esa forma Japón se vió privado de, probablemente, los escritores más brillantes del país.

Virginia Wolf, víctima de un trastorno bipolar de la personalidad, puso fin en 1941 a su sufrimiento llenando sus bolsillos de piedras y adentrándose en el río Ouse, cercano a su domicilio.

Controversia creó el suicidio conjunto del escritor austríaco Stefan Zweig y su amada Lotte Altman, que aparecieron muertos en Brasil en 1941, juntos y abrazados, aunque mucha gente duda que pudiesen haberse suicidado. La carta de suicidio que Zweig dejó escrita no fue suficiente para algunos…

Por último, recordaré a John Kennedy Toole, autor de la genial “Conjura de los necios”, que decidió acabar con todo en marzo de 1969, agobiado por una depresión producida por no haber conseguido publicar lo que él creía una obra maestra. Por fortuna, Thelma, su insistente madre, tras 11 años intentándolo, consiguió que la obra fuese publicada en 1980, dándonos la oportunidad de saborear la genialidad de otro escritor malogrado.

Hay infinidad de escritores que se sumaron a la estadística del suicidio, de los cuales afortunadamente pervive su obra, pero cuyos problemas personales les privaron de aumentarla, o incluso mejorarla.