Francis Scott Key Fitzgerald
nació a finales del Siglo XIX en una acomodada familia de clase media-alta de
Saint Paul, una localidad situada en el Medio Oeste estadounidense,
concretamente en el estado de Minnesota
(24 de septiembre de 1896). Sus padres, Edward Fitzgerald y Mary McQuillan
(ambos de ascendencia irlandesa), se establecieron en dicha ciudad tras haber
terminado la Guerra Civil. Se da el curioso dato de que Edward era primo
hermano de Mary Surrat, que fue juzgada y condenada por conspirar para
facilitar el asesinato del presidente Abraham Lincoln.
Scott (ése fue el nombre por el
que respondió durante la mayor parte de su vida) estudió, debido a las fuertes
convicciones de su familia, en diversos colegios e internados católicos. A pesar de ser, durante toda su vida, un
estudiante lejano a poder ser considerado ejemplar, ya desde una temprana edad Scott
desarrolló un interés y una capacidad notables con respecto a la Literatura.
Tras haber sido jugador de Fútbol
Americano en su etapa escolar, Scott decidió inscribirse en la prestigiosa
Universidad de Princeton, y, para evitar la carga económica que suponía la
carrera a la que se enfrentaba, se presentó a la selección del equipo de la
Universidad. Sin embargo, para su desgracia (y para nuestra fortuna) el mismo
día fue descartado para formar parte de ese equipo. Eso hizo que Scott se
dedicase en cuerpo y alma a su otra pasión: la Literatura. Formó parte en
numerosas publicaciones y clubes literarios y se hizo amigo de emergentes figuras
de la escritura. Dicha dedicación hizo que descuidase sus estudios, lo que lo
llevó en 1917 a abandonar la Universidad, y enrolarse en el ejército
estadounidense para combatir en la Primera Guerra Mundial.
Esa etapa resultó decisiva, ya
que inició lo que sería el texto de su primera novela y, sobre todo, porque
conoció en la localidad en la que realizó su instrucción, el campamento Camp
Sheridan, en Alabama, a Zelda Sayre. Zelda cambiaría su vida para siempre. En
principio la que iba a ser su primera
novela se titulaba “El egoísta romántico”, pero el manuscrito fue rechazado
recibiendo el encargo de que lo retocase, ya que tenía posibilidades de
triunfar.
La estancia en Alabama y la
relación con la irresistible Zelda dieron fuerzas a Fitzgerald para pulirlo durante meses, y presentarlo a una
segunda revisión que también resultó ser un fracaso. Una vez terminada la
guerra, y licenciado sin haber combatido, se trasladaron a Nueva York, en donde
sobrevivía con un salario muy ajustado, con la intención de retocar su
manuscrito. La ambición de Zelda hizo que no se conformase con una vida tan
sencilla, ya que ella se sentía predestinada al lujo y los excesos que emergían
en aquella época. Por lo tanto, la relación y el compromiso matrimonial se rompió y comenzó la serie de
altibajos entre ellos que los llegaría a convertir en famosos.
Con suficiente tiempo para
terminar su obra, al tercer intento resultó publicada bajo el título “A este
lado del paraíso” (1920). Dicha novela resultó un éxito inmediato tanto de
crítica como de ventas, y situó al joven Fitzgerald en primera plana de la
Literatura con tan solo 24 años. Fama y dinero llegaron a su vida como un
vendaval, en el comienzo de una era que se conocía como “los locos años veinte”
y Scott lo vivió tal y como muchos de sus personajes: en medio de un desenfreno
de lujo y alcohol. Una semana después de la publicación de la novela, habiendo presentado la firma del contrato como una especie de dote, contrajo
matrimonio con Zelda. Un año más tarde nacería su única hija (Scottie), que vivió entre los cuidados de niñeras e internados.
La fama y el prestigio repentinos
del autor lo llevaron a codearse con figuras literarias y celebridades de la
Alta Sociedad, en la que pronto adquirió una fama de irresponsable, bebedor, y
mujeriego. Su excéntrica esposa disponía de semejante reputación (con sonoras y veladamente públicas infidelidades), y sus fiestas alternaban con ebrias y severas
discusiones. El carácter nómada de Fitzgerald lo llevo a viajar en numerosas
ocasiones, en gran parte de ellas a Europa. El París de los veinte era un hervidero
de inquietudes culturales, y en sus círculos se llegó a formar el movimiento de
la “Generación perdida”, del cual Francis Scott fue uno de los máximos
representantes. Allí también entabló una amistad inquebrantable con Ernest
Hemingway, con el que además de compartir la pasión por los libros también
compartió la pasión por los excesos.
Para financiar esa costosa vida,
sus relatos cortos fueron una importante fuente de ingresos (se puede decir que
fue su mayor ocupación) e intentó repetir el éxito de su primera novela en 1922
con “Hermosos y malditos” (en la que relata en cierto modo la decadente
sociedad y la vacua vida que él mismo representa) y en cierto modo reincidió en
el mismo argumento tres años más tarde con “El Gran Gatsby”. Esta última está
considerada su gran obra, y una de las mejores novelas norteamericanas de
siempre. Sin embargo, tanto ésta como la anterior supusieron un pequeño fracaso
en su momento, ya que por ejemplo “El gran Gatsby” vendió tan solo 20000
ejemplares en su primer año, a pesar de que aumentó su prestigio entre los críticos literarios,
reacios a darle la mejor nota por su actitud poco edificante.
La desordenada vida que llevaba
la pareja, y los comportamientos excéntricos de Zelda se acentuaron, y fueron continuos
los cambios de ambiente (de país e incluso de continente) para buscar cierta
estabilidad que se les negaba. Zelda pretendió iniciar una carrera como
bailarina, e incluso hizo sus pinitos en la Literatura. La dedicación a las
novelas de Scott decayó, y era incapaz, víctima ya de un alcoholismo que no lo
abandonaría, a terminar su trabajo. Ciertos problemas de salud acrecentaron los
problemas en la pareja, y en 1931 Zelda sufrió el primer internamiento en un
centro psiquiátrico por su ya diagnosticada y conocida esquizofrenia. De nuevo los cuentos
y relatos cortos fueron la fuente de ingresos que pagaron estancias y
tratamientos médicos.
Esa enfermedad la mantuvo desde
1932 interna en sanatorios psiquiátricos; también ese mismo año publicó Zelda
la que sería su única novela: “Resérvame ese vals”. Se dice que ese hecho (el
argumento contiene situaciones que, según Fitzgerald, formaban parte de su vida privada y a la vez del argumento de la obra en la que estaba trabajando) fue el
que marcó el distanciamiento de la pareja y lo que llevó al autor a una etapa
de autodestrucción imparable. En 1934 el escritor publicó por fin “Suave es la
noche”, en gran parte inspirada en la figura de su esposa; además del fracaso
en cuanto a ventas, los críticos no se pusieron de acuerdo sobre la calidad de
la obra de un autor en decadencia personal vertiginosa.
Enfermo, ebrio y sin inspiración,
trabajó a sueldo en Hollywood como guionista de películas y se enamoró allí de
la periodista Sheila Graham. Comenzó
entonces la escritura de su última novela: “El amor del último magnate”. Sin
embargo, tantos años de excesos pasaron factura a su corazón, y un infarto
acabó con su vida el 21 de diciembre de 1940, dejando inconcluso el manuscrito
de su obra. Francis Scott Key Fitzgerald falleció convencido de que estaba
condenado al ostracismo literario, sabiendo que gran parte de su talento había
sido desperdiciado en noches y noches de delirantes excesos. Siete años más
tarde falleció el amor de su vida, Zelda, en el incendio del centro psiquiátrico en el que estaba
ingresada.
Francis Scott Fitzgerald recibió
el reconocimiento que no había conocido en vida (excepto en los primeros años
de su prometedora carrera) una vez terminada la Segunda Guerra Mundial. Su obra
fue revisitada y revisada, y se supo ver la magnitud de su dominio de la
técnica, su prosa elegante, que convierte a su “El gran Gatsby” en una de las
novelas más importantes del siglo pasado, y un imperecedero éxito de ventas que
es descubierto por cada nueva generación.
La vida de Francis y de Zelda puede
ser vista como una metáfora del lado amargo del sueño americano que supo
reflejar en sus obras, en los que las deslumbrantes luces de las fiestas y la
opulencia del dinero no evitan una vida de sufrimientos. De hecho, son y probablemente prevalecerán como un icono de esa época en la que (según amigos y autores como Hemingway y Dos Passos) la tortuosa vida de una inestable Zelda mitigó el talento de Scott. En 1975 los restos
mortales de ambos fueron enterrados en la misma parcela del cementerio de Saint
Mary, en Rockville (Maryland). En la lápida, tal y como reza la última frase de
su más célebre obra, se puede leer: “Y así avanzamos, botes que reman
contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”.