domingo, 28 de agosto de 2016

"Vinieron como golondrinas", de William Maxwell

Nos encontramos una mañana de un domingo cualquiera (que resultará ser un día que quedará marcado en todos los libros de historia) del ya frío noviembre de 1918. En un pueblo del Medio Oeste norteamericano se encuentra la casa de los Morison, y en ella despierta el hijo pequeño, Bunny. Con él conocemos a cada uno de los miembros de la familia: su hermano casi adolescente Robert, marcado por un accidente en el que tuvieron que amputarle una pierna, hecho que no le impide esforzarse para llevar una vida similar a cualquiera de sus amigos; su padre, James, un hombre reservado, severo y serio, poco dado a las muestras de cariño y que guarda sus pensamientos para sí mismo; y por último Elisabeth, madre y esposa en la familia Morison, que mantiene un equilibrio que amenaza con quebrarse.

Elisabeth es, sin duda, la protagonista de esta intimista novela, en la que se nos presenta la breve historia en las voces de sus familiares. A mi modo de ver, el autor nos ofrece a través de las voces de los tres narradores el encabezamiento de la trama (en la primera parte Bunny es el narrador), el nudo de la historia (contada a través de la voz de Robert), y el esperado desenlace y sus consecuencias, que  nos llegan a través de los ojos de James. Cabe destacar que el autor se basó sin duda en sus propias vivencias para narrar la historia como una especie de homenaje a su propia madre.


Como decía, en la primera parte del libro conocemos con detalle a través de Bunny (alter ego del autor) el espacio en el que se desarrolla la historia: la casa y el pueblo de los Morison, y además se nos presenta al resto de los personajes que sigilosamente llenan las páginas de la novela; somos cómplices durante esta parte de la inocencia de Bunny, y consigue sacarnos sonrisas con su visión de unos objetos que parecen tener su personalidad, o cuanto menos vida propia.

 En esta primera parte intuiremos parte de la severidad de los hechos que nos están siendo narrados, pero en cuanto conocemos un poco de la epidemia de gripe española que acabó con la vida de cientos de miles de personas (medio millón en EEUU) por aquel entonces, la narración es cedida a Robert y llegaremos a angustiarnos un poco de su mano, salpicados en cierta medida por su espíritu incorformista y desasosegado. 

Finalmente, una vez ya nos ha sido narrado el modo en el que la familia se ve afectada por los hechos, conoceremos las consecuencias de voz de un  James desconcertado, y en cierto modo superado por los hechos. Prototipo tal vez del hombre de su generación (recordamos que hablamos de 1918 y la novela fue publicada en 1937) sus dudas, remordimientos e incluso miedos son vividos internamente, aunque el autor nos convierte en privilegiados testigos.

William Maxwell fue un escritor cuyo trabajo principal fue el de ser durante decenas de años editor en la publicación “New Yorker”, moldeando el estilo de figuras tan importantes en la historia de la Literatura como J.D. Salinger, Eudora Welty o Vladimir Nabokov. Maxwell nos ofrece una narración austera, que huye de adornos y artificios, como si quisiera susurrarnos una historia sin que nos lleguemos a sobresaltar. Una historia sencilla y en la que la sensibilidad no busca sorpresa, sino que disfrutemos de la prosa que con naturalidad va convirtiendo al lector en una especie de familiar de los personajes, nos coloca en una posición similar a  la que viviríamos si uno de nuestros antepasados nos contase su historia.


Como siempre, “Libros del Asteroide” nos ofrece una pequeña joya que, sin hacer mucho ruido, se nos mete poco a poco en el corazón, dejando un sabor agridulce y la sensación de haber disfrutado de literatura de la buena, de la mano de un escritor que, aunque es prácticamente desconocido en nuestro país, posee una obra literaria que es considerada como una de las más importantes del siglo pasado.