domingo, 18 de octubre de 2015

Epístola

Entre todas las posibilidades que ofrece la comunicación entre las personas, hay una que todavía conserva esos ingredientes que la hacen especial. Y es que, a pesar de los avances tecnológicos que nos hacen estar pendientes (más de lo necesario) de la comunicación inmediata, el hecho de escribir una carta a una persona es un acto en el que ponemos sentidos y sentimientos que son difíciles expresar de otra manera. Del mismo modo, el poder tener una carta (aunque en los últimos años nuestros buzones reciben más comunicaciones empresariales que cualquier otra cosa) escrita para nosotros por una persona especial nos puede proporcionar momentos inolvidables.

Ese ritual que comienza con la emoción que se siente al trazar las letras que expresan nuestros sentimientos, y que no termina hasta que la carta enviada ha sido leída por la persona destinataria difícilmente encontrará sustituto en el hecho de recibir o enviar un correo electrónico o los sustitutos que vayan surgiendo en el futuro.


En la literatura también es un importante recurso que con frecuencia es utilizado por los autores. El género epistolar nos acompaña desde hace ya mucho tiempo, y se remonta a los albores de la Literatura. Podemos encontrar líneas enviadas por correspondencia como parte del contenido de una novela, o incluso libros que están compuestos exclusivamente por cartas.

Siempre es interesante apoyar lo afirmado con algún ejemplo, y en este caso es extremadamente sencillo encontrar libros que contengan al menos una carta en sus páginas. Por empezar precisamente por ese hecho, un libro que contenga una carta, podemos recordar el libro del autor austríaco Stefan Zweig, que se titula “Carta de una desconocida” (consulta aquí su reseña). En este libro, el (reconozco ser repetitivo en este punto, pero me parece tremendamente injusto) menos valorado de lo que su enorme talento merece escritor nos presenta una novela corta cuyo contenido es básicamente una sola carta.

En esa carta  un escritor recibe la confesión de amor de una mujer que será capaz de causar una especie de desgarro en el lector que se aventure a disfrutar de la maravillosa composición que, como la mayor parte de su obra, supone el libro de Zweig. (consulta aquí la biografía de Stefan Zweig)

Dado que este ejemplo nos trae una carta de ficción, creo que no estaría de más recordar el siguiente libro, que se trata de una recopilación de cartas reales que formaron parte de la relación epistolar que entabló Helene Hanff en un principio de manera clientelar con la librería Marks & Co. y poco a poco de manera más personal con Frank, uno de los trabajadores de dicho establecimiento. "84 Charing Cross Road" es un libro emotivo y entrañable, y sin duda una lectura que todo amante de la literatura debe abordar, ya que además de disfrutar de las cartas transatlánticas seguramente se sentirá identificado por el amor a los libros que se desprende en cada carta. (puedes consultar aquí la reseña de "84 Charing Cross Road")

Del mismo sentimiento de amor a los libros se alimenta nuestra siguiente visita. La necesidad (por ausencia de librerías en su localidad) por parte de un desconocido (Dawsey Adams) hace que le envíe una carta a Juliet Ashton (escritora de profesión y en búsqueda de inspiración) con una petición peculiar. Dawsey ha leído un libro usado que contenía la dirección de Juliet, y le pide que le facilite la dirección de alguna librería londinense en la que encontrar más libros del mismo autor.

A partir de ahí se inicia una relación en la que Juliet conoce a la sociedad que da título al libro (“La sociedad literaria y el pastel de patata de Guernsey”), además de detalles sobre el día a día de Guernsey, territorio británico en aquel entonces ocupado por el ejército alemán. Se da la curiosidad de que la autora que pensó, comenzó y trabajó con intensidad para terminarlo sufrió una enfermedad y no pudo cumplir su sueño, que no era otro que verlo publicado. Así, Mary Ann Shaffer fue relevada por su sobrina Annie Barrows, que dio los toques finales a un libro que tiene mucho en común con el anterior, aunque en este caso basado en la ficción.

También la novela histórica ha echado mano en ocasiones del género que nos ocupa. Así, en “Memorias de Adriano” Marguerite Yourcenar novela la vida de un emperador, que ya en su ocaso prepara el relevo dirigiéndole una carta a su elegido como sucesor, Marco Aurelio, en la que intenta ofrecerle todos sus conocimientos.

Del mismo modo, John Williams, autor de la brillante “Stoner”, nos zambulle en el apasionante esplendor del Impero Romano con “El hijo de César”. En dicha novela, el autor estadounidense ofrece una visión excepcional de la época utilizando con maestría diferentes voces.  Además de aportar datos, incluye su profundo conocimiento del interior humano dotando a sus personajes precisamente de eso, de una enorme humanidad. (reseña de "Stoner")

Es difícil incluir en unas líneas ejemplos de cada uno de los géneros, pero sería injusto olvidar la importancia que tuvieron las cartas en, por ejemplo, publicaciones como “Drácula”, de Bram Stoker, o “Frankenstein o el moderno Prometeo”, de Mary Shelley.

Tampoco hemos de olvidar lo que habitualmente sucede con muchos escritores: una vez fallecidos, y aprovechados prácticamente todos sus textos publicables de todas las maneras imaginables, los herederos de sus derechos utilizan la correspondencia que mantuvo el propio autor con diferentes personas para publicar colecciones de las cartas. En este caso podemos encontrar “Las cartas de amor inéditas a Matilde Urrutia”, en las que Pablo Neruda declaraba su amor a su amante Matilde. También podemos incluir en este grupo la correspondencia que mantuvo en su vida un personaje público genial, brillante y (a mi modo de ver) un poco menos brillante como persona como se puede vislumbrar en dichas cartas Julius Henry Marx. “Las cartas de Groucho” contiene buena prueba de la capacidad de producir las contestaciones más hilarantes e imaginativas en cualquier situación que se le presentase.

Por último queremos recordar esos libros que reúnen diferentes cartas que, por uno u otro motivo, son documentos dignos de leer, entre personajes que pasaron a la historia. Por ejemplo, en  “Cartas memorables”, Shaun Usher recopila cartas de personajes tan variopintos como Leonardo Da Vinci, Fidel Castro o Mario Puzo entre las que podemos descubrir la faceta más humana de los personajes públicos.

Como hemos visto recordamos un pequeño grupo de ejemplos de cartas que sirvieron como una parte o como un todo en un libro, ya sea como recurso literario o como una simple colección de correspondencia. Con ello nos trae a la mente la importancia que las cartas han tenido a lo largo de la historia, y vemos que es un arte y una tradición que imprime un carácter a la comunicación que difícilmente podrá ser sustituido por innovaciones tecnológicas.


Seguramente cada uno de nosotros echando la vista atrás recuerde haber visto su propio nombre en la cara anterior de un sobre y la emoción que supone el disponerse a disfrutar del contenido del sobre dependiendo del remite que contenga.