jueves, 26 de febrero de 2015

Personajes que trascienden a sus páginas

En la Literatura nos podemos encontrar con un sinfín de personalidades y un sinfín de personajes diferentes y con sus peculiaridades y particularidades;  muchos de ellos pasan por nuestra vida sin pena ni gloria, y entran en el cajón de nuestro olvido en cuanto iniciamos la siguiente lectura. Sin embargo, alguno de esos personajes es capaz de lograr que muchos lectores se identifiquen plenamente con ellos, o que identifiquen su modo de actuar llegándolo a mostrar como ejemplo de ello.

Tal es la manera en la que dichos personajes son capaces de adquirir notoriedad, que el mero hecho de mencionar ciertos nombres hace que los relacionemos inmediatamente con una determinada actitud ante la vida, con una determinada característica, o incluso un determinado calificativo, que se convierte en sinónimo del nombre del personaje literario.

Es extremadamente sencillo comprobar la veracidad de las anteriores afirmaciones y, por poner un ejemplo, podemos y solemos definir a una persona idealista capaz de luchar hasta el final por sus convicciones, aunque con escasas probabilidades de obtener éxito, como un personaje “quijotesco”. El genial autor español Miguel de Cervantes, de cuya muerte pronto se celebrarán cuatrocientos años, logró que se identifique a su Alonso Quijano con esos nobles aunque inocentes ideales en su “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” y su posterior “Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha”.

Del mismo modo, cuando hablamos de una persona que ejerce su influencia deliberadamente para intentar que surja el amor entre dos personas,  con total seguridad nos ha de venir a la mente el personaje atribuido a Fernando de Rojas (no está del todo claro que la autoría del libro le corresponda a él) y que vio la luz en los años en los que Cristóbal Colón estaba realizando sus viajes a las que todavía se conocían erróneamente como “Las indias”, en la celebrada “Tragicomedia de Calisto y Melibea”. En dicho libro los jóvenes son conducidos con maestría y con grandes aunque poco ortodoxas artes por la madura Celestina, nombre que ha conseguido, como el anterior, convertirse en adjetivo.

Saliendo de nuestras fronteras, y haciendo un placentero viaje a la península itálica (como escenario de la historia), nos encontramos a otros dos celebérrimos personajes, símbolos imperecederos del amor romántico y pasional, que, como dice nuestro título, trascienden a las páginas de un libro y forman parte de los diccionarios de una buena cantidad de idiomas. Probablemente todos nosotros hayamos sido calificados en algún momento de nuestra vida como un joven Romeo o como una enamorada Julieta que William Shakespeare situó en Verona y nos dejó en herencia, al igual que tantos otros personajes célebres que vieron la luz en sus obras.

Estos últimos personajes, (Romeo y Julieta) son asociados casi con inmediatez a esa fase de la adolescencia en la que los sentimientos empiezan a surgir con fuerza. Nos encontramos ante una fase que podemos definir como productora de cambios en la personalidad. En el caso opuesto nos encontramos con nuestro siguiente personaje, que permanece impasible en su condición de niño, y cuyo nombre, además de definir un rasgo de personalidad, llega incluso a servir como un trastorno psicológico. Se trata de Peter Pan.

Como todos los escritores que hemos mencionado en estas líneas, Vladimir Nabokov probablemente jamás llegó a imaginar que el personaje que resultó decisivo en su carrera se convertiría en un adjetivo tan extendido como realmente sucedió. La obsesión descrita por Nabokov, aquélla que sintió Humbert Humbert hacia la adolescente en la que veía una mezcla de inocencia, atractivo, seducción y provocación, fue plasmada por el autor ruso en la obra que recibe el título de la protagonista de la obsesión, de la obra y del adjetivo con el que se describe desde entonces a las personas con las características mencionadas: Lo-li-ta.

Es curioso ver la cantidad de personajes literarios (los mostrados en estas líneas son una ínfima muestra) que han calado tan hondo que llegan a servir para engrosar los tomos de los diccionarios de muchos idiomas. Así, si buscamos en el diccionario la palabra robinsón, nos encontraremos con la definición “Hombre que en la soledad y sin ayuda ajena llega a bastarse por sí mismo”, tal y como logró el personaje creado por Daniel Defoe (y probablemente basado en personaje real) en los primeros años del siglo XVIII, y que logró convertirse en universal, ya que todos conocemos las aventuras de Robinson Crusoe.


Lo escrito en estas páginas no es más que una minúscula muestra de personajes literarios que consiguen formar parte de nuestra vida cotidiana, aunque sirve como una prueba más de lo que la Literatura nos ha aportado, nos aporta y nos seguirá aportando en el futuro todas y cada una de las culturas que pueblan nuestro planeta.