domingo, 19 de enero de 2014

Escritores adictos.

La profesión o vocación de escritor suele contener entre sus miembros a un buen porcentaje de personas apasionadas, que son capaces de imprimir la mayor de las intensidades a su modo de vida. Como consecuencia de ello, algunos de esos escritores emprenden caminos que los llevan a vivir una existencia  con ciertas dosis de turbulencia, llegando en algunos casos a convertirse en adictos a diversas sustancias.

Además, algunos de ellos se encontraban e incluso hicieron uso de los efectos que en ellos producían dichas sustancias para generar parte de su obra literaria, mientras que otros se limitaron a separar sus escritos de sus vicios.


Podemos empezar a recordar las adicciones de algunos escritores fijándonos en la, probablemente, más aceptada de ellas en la sociedad actual: el alcohol. Así, uno de los más representativos escritores del siglo XX, Ernest Hemingway, era un consumado, conocido y célebre bebedor, y cuyo afán por consumir un Dry Martini tras otro le acompañó en cada jornada durante gran parte de su vida.


Cuenta la leyenda que Hemingway, cliente habitual del Petit Bar del Ritz (hoy llamado Bar Hemingway) de la capital francesa, una vez consumada la derrota de los alemanes y, por tanto, conseguido el final de la ocupación de Francia en la Segunda Guerra Mundial, se presentó armado en dicho bar con intención de expulsar a los miembros de la Luftwaffe que lo usaban como centro de operaciones. Una vez llegó al local, y habiendo comprobado  que se encontraba en un evidente abandono por los militares en retirada, se dispuso a celebrarlo consumiendo su amada bebida; llegó a ingerir en esa jornada nada menos que cincuenta Dry Martini.


También se suele contar una anécdota que tiene los mismos protagonistas que la anterior, esto es, el alcohol y Ernest Hemingway. En la década de los 20, frecuentaba también el Harry´s New York Bar de París,  en el que trabajaba el barman Fernand “Pete” Petiot. El propio Petiot narró cómo inventó un cocktail que se haría mundialmente famoso. Hemingway, por su parte, en la década de los cincuenta, manifestó que dicho cocktail había sido inventado para él, para que pudiese disimular los efectos de haber consumido grandes cantidades de alcohol, y su esposa, Mary, no se percatase de ello. Si anotamos que los ingredientes básicos eran Vodka, zumo de tomate, y diferentes especias, seguramente nos venga a la mente el nombre con el que se conoce: Bloody Mary. Se trata tan solo de una de las versiones de  la invención de dicho combinado, pero no deja de ser una curiosa historia.

Si nos asalta la duda de si Hemingway se valía del alcohol para producir sus libros, hemos de fiarnos de sus propias palabras, ya que según él mismo afirmaba, se abandonaba a la bebida una vez terminada su jornada literaria. A pesar de ello, llegó a pronunciar la siguiente cita: “Escribe borracho, corrige sobrio”.

No es el mismo caso de otro de los autores que logró el Premio Nobel de Literatura como el anterior, y que también pertenecía a la Generación Perdida: William Faulkner. Hemingway decía de él que era evidente que escribía bajo los efectos de la ingesta de  alcohol, e incluso decía que era capaz de reconocer los párrafos en los que su consumo se hacía evidente. El propio Faulkner afirmaba a tal respecto lo siguiente: “Los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky”.

El alcoholismo destructivo del genio estadounidense le trajo complicaciones durante toda su vida. Por ejemplo, ése fue el motivo por el que su esposa decidió terminar con su convivencia. El alcoholizado Faulkner hubo de instalarse entonces en un nada lujoso hotel en el que escribió “Mientras agonizo”, una de sus más notables obras. Se dice que en tres meses de productivo encierro, llegó a consumir la nada despreciable cifra de  tres cajas de bourbon.

Conocida es su costumbre de escribir en largas sesiones, preferentemente nocturnas, en las que era necesaria la iluminación artificial. En una de esas beodas jornadas, la disminución de reflejos producida por lo ingerido pudo costarle muy cara ya que, al intentar encender una lámpara de aceite, derramó su contenido sobre sí mismo, produciéndose quemaduras de segundo grado.

Como vemos, varias son las coincidencias de los dos autores mencionados: miembros de la Generación Perdida, (más datos sobre esta generación aquí) y ambos autores tienen el honor de haber recibido el Premio Nobel de Literatura. En lo que respecta a este premio, la casualidad hace también que cinco de los siete receptores estadounidenses de dicho premio sufrieron los estragos del alcoholismo al que nos referimos. A Faulkner y Hemingway hemos de sumar a mi idolatrado John Steinbeck, a Sinclair Lewis y a Eugene O´Neill.

Sin embargo, no es preciso haber recibido el célebre galardón y ostentar la comentada nacionalidad para sufrir los efectos de la adicción al alcohol. Encontramos también autores entre la lista de los damnificados que no cumplían con al menos uno de los requisitos anteriores. Así, Francis Scott Fitzgerald, sobresaliente autor de “El gran Gatsby”, (puedes visitar la reseña aquí) arrastró su adicción desde su adolescencia hasta su muerte. Ello le hizo considerarse un escritor fracasado durante la mayor parte de su vida (o quizás el sentirse un escritor fracasado lo llevó al alcoholismo), y hubo de ser ingresado en numerosas ocasiones en hospitales por intoxicaciones etílicas. La afición/adicción fue compartida con su compañera y esposa Zelda, junto a la que formó una de las más carismáticas y estudiadas parejas de la literatura mundial.

Los escritores nombrados no son más que una pequeña muestra de que el alcoholismo tiene cierta presencia en la Literatura, y son conocidas las adicciones de autores como Victor Hugo, Graham Greene, Rubén Darío, Lope de Vega, Ovidio, Edgar Allan Poe, y tantos otros.

Siendo el alcoholismo una de las adicciones más conocidas y que suelen conocerse más públicamente, no es ni mucho menos la única que tiene incidencia en los autores literarios. Hay otro tipo de adicciones que, aunque suelen venir de la mano del alcohol, no se acostumbran a relacionarlas con  los nombres de los escritores, pero que tienen cabida en estas líneas.

Por ejemplo, no todo el mundo es conocedor del hecho de que las, probablemente, más conocidas obras del autor de Best Sellers Stephen King fueron escritas bajos los efectos del consumo de cocaína. Según él mismo manifestó, teniendo en cuenta que su adicción se prolongó hasta el año 1987, no es capaz de recordar las  horas de trabajo que dedicó a escribir obras como “El resplandor”, “Carrie”, o “It”.

En una de ellas, en “El resplandor”, el protagonista es un escritor alcohólico (Jack Torrance) que acepta un trabajo de guarda en un hotel que quedará aislado durante el invierno por la gran cantidad de nieve que impedirá cualquier comunicación. Dicho personaje representa a un hombre atormentado por el alcohol en el interior del hotel y por la nieve en el exterior del mismo. La utilización de la nieve no es casual, ya que puede identificarse como el símbolo del aislamiento que provocaba a King el consumo de cocaína.

Otro autor que tuvo problemas con el consumo de drogas es Philip Kindred Dick (Philip K. Dick), reconocido escritor (tras su muerte, ya que en vida obtuvo escaso reconocimiento) dentro del género de la ciencia ficción. El consumo de diversas sustancias psicotrópicas se alternó con cierta psicosis y paranoia que le hacía sufrir extraños episodios que él identificaba como “revelaciones” o comunicaciones divinas, que le llevaron incluso a vivir una realidad paralela como Tomás, un cristiano del siglo I perseguido por los romanos.

No sabemos hasta qué punto influyó cada ingesta en dichas psicosis, pero sí es un hecho que su obra fue escrita bajo los efectos de las sustancias psicotrópicas. De él nos quedarán decenas de libros y relatos, algunos de los cuales fueron llevados a la gran pantalla, siendo el más conocido “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, que en el cine produjo una obra maestra del género, y que recibió el título de “Blade Runner”.

También es conocida la afición por la heroína que mantuvo durante gran parte de su vida el transgresor William S. Burroughs, padre de la llamada “Generación Beat”. Dicha adicción la plasmó en la recordada novela “Yonqui”, a través de su personaje protagonista, William Lee, considerado su alter ego.

El estilo de vida que llevó, experimentando con el consumo de numerosas sustancias alucinógenas, chocó con la conservadora sociedad estadounidense de mediados del Siglo XX, lo que le llevó a saciar sus vicios por numerosos países.

En Méjico, durante una de sus ebrias experiencias, disparó y mató a su esposa, y fue declarado inocente en juicio, en el que los hechos fueron considerados como un desgraciado accidente. Sin embargo, ese hecho lo atormentó durante toda su vida, que estuvo siempre influenciada por la búsqueda de nuevas experiencias con las drogas, aunque siempre desaconsejó su uso al resto de los mortales.

Es necesario indicar el diferente consumo que hicieron algunos escritores de diversas sustancias. Desde un punto de vista muy alejado del “lúdico” o de la propia adicción el escritor Aldous Huxley (“Un mundo feliz”) coqueteó con el mundo de las drogas.

El uso como instrumento de creación artística y como experimentación intelectual le llevó a ingerir bajo supervisión médica LSD, bajo cuyos efectos escribió la obra “Las puertas de la percepción”. A lo largo de los años volvió a usar la misma sustancia hasta en una docena de ocasiones. Al final de su vida, tras sufrir una dolorosa enfermedad, decidió pedirle a su mujer que le suministrase dicha sustancia, para terminar en un estado menos consciente su vida.

A ellos hay que sumar multitud de autores que, a lo largo de la historia, sufrieron los rigores de la adicción a algún tipo de sustancia considerada droga. Nombres como William Shakespeare, Truman Capote, Charles Baudelaire, Ayn Rand, Tennesse Williams, Louise May Alcott, etc., vivieron en algún momento de su vida una adicción a algún tipo de droga.

El realizar una clasificación en dos grandes grupos (alcohol y drogas) no es más que un ejercicio de comodidad, por ser las más abundantes en el mundo de las adicciones. Sin embargo, también existen otras menos comunes, y seguramente más curiosas que, dicen, sufrían o disfrutaban (según cómo se mire) algunos autores.

Entre ellas, habrá algún lector que se sienta identificado con Honoré de Balzac, que sentía tal necesidad por la ingesta de cafeína, que llegó a tomarse la notoria cantidad de cincuenta tazas de café diarias.

Menos probable es encontrar a alguien que sienta la misma afición por observar lo que Charles Dickens definía como “la atracción de lo repulsivo”, que no era otra cosa que su obsesión por visitar morgues y examinar los procedimientos que se seguían con los cadáveres.

El escritor ruso Fiodor Dostoievski tuvo también problemas con la ludopatía, y las deudas que adquirió con su hábito de jugárselo todo en la ruleta fueron en parte subsanadas gracias a la publicación de su obra “El jugador”, que describe dicho problema a la perfección.

El último caso que vamos a visitar es, a mi modo de ver, el más singular, y que hace que vea la figura del escritor irlandés James Joyce con otros ojos. Será difícil encontrar a otra persona que, como él, disfrutase e incluso escribiese de forma halagadora sobre las ventosidades (¿?) que tanto le atraían de su amada esposa Nora.


En fin, como hemos visto, se han hecho públicas aficiones y adicciones de diverso tipo, cosa totalmente habitual en todas las profesiones, pero que al tratarse de personajes públicos pueden hacer que veamos a algunos escritores de un modo más terrenal.